sábado, 13 de enero de 2018

II Domingo del Tiempo Ordinario



la vocación cristiana

Primera lectura y evangelio hablan de vocaciones divinas, la de Samuel y la de los primeros discípulos. La segunda lectura, que trata de la castidad cristiana, presenta la castidad como parte del comportamiento del que sigue a Jesús y comparte su vida.

La mayor parte de los evangelios presentan las vocaciones de los discípulos como la primera acción de Jesús en la proclamación del Reinado de Dios. Es un dato importante por su significación teológica e importancia para la vida cristiana.

Por una parte, la llamada al seguimiento es una consecuencia natural de la tarea a la que ha sido enviado Jesús. Su misión consistió en proclamar la última convocatoria (qahal, ekklesía, iglesia) que hace Dios Padre para congregar su pueblo elegido. Antes tuvieron lugar otras por medio de Moisés y los profetas, que fracasaron; ahora el Padre envía a su Hijo. Lógicamente, lo que se espera de una convocatoria de este tipo es la reunión de un grupo en torno al convocante, dando lugar así al nacimiento del discipulado. Actuando de esta manera, Jesús se revela como el Enviado final, el Mesías, y hace ver que el Reinado que anuncia implica un nuevo pueblo, una nueva familia de hijos de Dios en la que reina, porque los capacita para vivir de acuerdo con su voluntad.

Por otra parte, Jesús llama a su seguimiento especial a un grupo de Doce. El evangelio de hoy recuerda los primeros llamados. El número Doce, en el contexto cultural judío, evoca a los 12 patriarcas, padres de las 12 tribus de Israel. Con ello Jesús quiere significar de forma más clara que el objeto de su convocatoria es una nueva reunión de las Doce tribus de Israel y la naturaleza de este nuevo Israel. Los Doce discípulos en un primer momento son tipo de lo que deben ser todos los discípulos; más adelante Marcos recordará que su tarea es estar con Jesús como testigos y más adelante ser enviados a continuar la obra de Jesús como apóstoles (Mc 3,14). Este grupo, después de la resurrección, fue enviado por Jesús como apóstoles a todo el mundo. Los que aceptan su mensaje, se agregan a ellos (Hch 2,41), lo que equivale a agregarse a Jesús (Hch 5,14).

Esto es muy importante para la vida cristiana. Ser cristiano implica conocer, amar y seguir a Jesús, compartiendo su vida. La primera tarea del discípulo es conocer al verdadero Jesús, evitando crearse una imagen falsa a gusto del consumidor. Sería el seguimiento de un ídolo falso. Pero no basta conocer, hay que amar y compartir su vida. El discipulado es un amor personal. Por otro lado, no se pueden separar Jesús e Iglesia. No tiene sentido Jesús sin la Iglesia ni la Iglesia sin Jesús. No se puede pretender seguir a Jesús sin incorporarse al discipulado creado por él.  Ser cristiano implica integrarse en una comunidad, querida por Jesús para ayudarse mutuamente. En el plan de Jesús no caben francotiradores. De aquí la necesidad de cultivar las vertientes cristológicas y eclesiales del discipulado de Jesús.

La convocatoria de Jesús no terminó en su ministerio terreno, pues continúa hoy día, en que, por medio de su Espíritu y de la Iglesia, llama a incorporarse a su familia de una forma concreta. Como dice Pablo (1 Cor 12), la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en que cada uno es un miembro con una tarea precisa. Por eso cada uno debe plantearse cuál es la tarea que quiere Jesús que realice en su Iglesia.

La Eucaristía no es una devoción particular en la que se participa a título individual, prescindiendo de los demás. Es una celebración de la Iglesia, la familia de Jesús, que agradece al Padre el ser beneficiarios de la convocatoria hecha por Jesús. Participar en la Eucaristía implica conocer cada vez mejor a Jesús, amarlo y servirlo, uniéndose a su entrega al Padre.

                                      
Dr. Antonio Rodríguez Carmona


No hay comentarios:

Publicar un comentario