la vocación
cristiana
Primera lectura y evangelio hablan de vocaciones divinas, la de Samuel
y la de los primeros discípulos. La segunda lectura, que trata de la castidad
cristiana, presenta la castidad como parte del comportamiento del que sigue a
Jesús y comparte su vida.
La mayor parte de los evangelios presentan las vocaciones de los
discípulos como la primera acción de Jesús en la proclamación del Reinado de
Dios. Es un dato importante por su significación teológica e importancia para
la vida cristiana.
Por una parte, la llamada al seguimiento es una consecuencia natural
de la tarea a la que ha sido enviado Jesús. Su misión consistió en proclamar la
última convocatoria (qahal, ekklesía,
iglesia) que hace Dios Padre para congregar su pueblo elegido. Antes tuvieron
lugar otras por medio de Moisés y los profetas, que fracasaron; ahora el Padre
envía a su Hijo. Lógicamente, lo que se espera de una convocatoria de este tipo
es la reunión de un grupo en torno al convocante, dando lugar así al nacimiento
del discipulado. Actuando de esta manera, Jesús se revela como el Enviado
final, el Mesías, y hace ver que el Reinado que anuncia implica un nuevo
pueblo, una nueva familia de hijos de Dios en la que reina, porque los capacita
para vivir de acuerdo con su voluntad.
Por otra parte, Jesús llama a su seguimiento especial a un grupo de
Doce. El evangelio de hoy recuerda los primeros llamados. El número Doce, en el
contexto cultural judío, evoca a los 12 patriarcas, padres de las 12 tribus de
Israel. Con ello Jesús quiere significar de forma más clara que el objeto de su
convocatoria es una nueva reunión de las Doce tribus de Israel y la naturaleza
de este nuevo Israel. Los Doce discípulos en un primer momento son tipo de lo
que deben ser todos los discípulos; más adelante Marcos recordará que su tarea
es estar con Jesús como testigos y
más adelante ser enviados a continuar
la obra de Jesús como apóstoles (Mc 3,14). Este grupo, después de la
resurrección, fue enviado por Jesús como apóstoles a todo el mundo. Los que
aceptan su mensaje, se agregan a ellos
(Hch 2,41), lo que equivale a agregarse a
Jesús (Hch 5,14).
Esto es muy importante para la vida cristiana. Ser cristiano implica conocer, amar y seguir a Jesús, compartiendo
su vida. La primera tarea del discípulo es conocer al verdadero Jesús,
evitando crearse una imagen falsa a gusto del consumidor. Sería el seguimiento
de un ídolo falso. Pero no basta conocer, hay que amar y compartir su vida. El discipulado es un amor personal. Por
otro lado, no se pueden separar Jesús e Iglesia. No tiene sentido Jesús sin la
Iglesia ni la Iglesia sin Jesús. No se puede pretender seguir a Jesús sin
incorporarse al discipulado creado por él.
Ser cristiano implica integrarse en una comunidad, querida por Jesús para
ayudarse mutuamente. En el plan de Jesús no caben francotiradores. De aquí la
necesidad de cultivar las vertientes cristológicas y eclesiales del discipulado
de Jesús.
La convocatoria de Jesús no
terminó en su ministerio terreno, pues continúa hoy día, en que, por medio de
su Espíritu y de la Iglesia, llama a incorporarse a su familia de una forma
concreta. Como dice Pablo (1 Cor 12), la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en que
cada uno es un miembro con una tarea precisa. Por eso cada uno debe plantearse
cuál es la tarea que quiere Jesús que realice en su Iglesia.
La Eucaristía no es una devoción particular en la que se participa a
título individual, prescindiendo de los demás. Es una celebración de la
Iglesia, la familia de Jesús, que agradece al Padre el ser beneficiarios de la convocatoria hecha por Jesús. Participar
en la Eucaristía implica conocer cada vez mejor a Jesús, amarlo y servirlo,
uniéndose a su entrega al Padre.
Dr. Antonio
Rodríguez Carmona
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