Jesús, heraldo del evangelio
del reino.
La liturgia presenta dos pregones. La primera
lectura recuerda el pregón de Jonás a los ninivitas invitándolos a la
conversión; el Evangelio recuerda el pregón del comienzo del Reino que hace
Jesús y la primera acción que realiza en función de este pregón, el comienzo
del discipulado (cf. comentario del domingo pasado sobre el discipulado).
Siempre que celebramos la Eucaristía, Jesús actualiza su alegre pregón
anunciando que el Reino está en marcha e invitándonos a incorporarnos cada vez
estrechamente a él.
La primera parte del Evangelio, Mc 1,14-15, es un
sumario denso que resume lo que fue el ministerio de Jesús. Lo hace para
invitarnos a conocer mejor quién es Jesús, cuáles fueron sus pretensiones y
cuál fue su ministerio. Jesús aparece como el Mesías, el último enviado por
Dios para comenzar su reinado sobre la humanidad, un reinado indisolublemente
unido a su persona y ministerio. Todo ello es una alegre noticia
Cuando arrestaron a Juan Bautista a causa de su predicación del Reino de Dios
–presagio de lo que también sucederá a Jesús- éste se presenta en Galilea que va a ser el lugar
privilegiado de su actuación. Galilea es tierra de gente sencilla,
sociológicamente pobres y religiosamente poco estrictos. Fue además la región
de la infancia y vida oculta de Jesús. Para san Marcos Galilea fue y debe ser
siempre la tierra del Evangelio. Jesús recorrerá los pequeños lugares, evitando
los grandes poblados helenistas, como Tiberias.
Allí comienza a proclamar
el Evangelio de Dios. “Proclamar” es lo propio del heraldo o pregonero y
consiste en hacer público ante el hombre libre lo que ha determinado la
autoridad superior que envía a proclamar, en este caso, Dios Padre. Ante un
pregón, sólo cabe aceptarlo o rechazarlo libremente, no hay lugar para
discutirlo con el pregonero, que se limita a hacer pública fielmente una
decisión irrevocable del superior. Es la última y definitiva convocatoria que
hace Dios Padre para la salvación. Hizo otras en el AT por medio de Moisés y
los profetas y fracasaron. Ahora lo hace
por medio de Jesús.
El contenido de esta decisión es el “Evangelio de
Dios”. La frase remite a las profecías de Deuteroisaías. Durante el destierro
de Babilonia el pueblo judío estaba desanimado, pensando que estaba dejado de
las manos de Dios. Un discípulo de Isaías lo anima en nombre de Dios anunciando
que no tienen motivos y anunciando la buena
noticia de que Dios iba a crear un reino especial, pero que no tendrá lugar
de forma ostentosa y triunfalista, como esperan ellos, sino de forma
aparentemente pobre, pero eficaz, Dios reinará “como Dios oculto”, sirviéndose
de personas humanas. Ahora Jesús afirma
que con su presencia y actividad comienza a cumplirse esta promesa, pues ya “se
ha cumplido el plazo” o tiempo de preparación, que ha llegado al final con la
encarnación del Hijo de Dios que es el que hará posible, con su muerte y
resurrección, la llegada del Reino de Dios, ligada a su persona. Ya estamos
permanentemente en tiempos de cumplimiento y sigue vigente la invitación de
Jesús en cada Eucaristía. Esto significa que ya está cerca el Reino de Dios, que ahora comienza en la pequeñez y debilidad
con Jesús, pero que culminará en su parusía. Reinar significa ejercer un
gobierno a favor del pueblo con el objeto de librarlo de enemigos y ofrecerle
bienestar y todo tipo de felicidad. En tiempos de Jesús se esperaba que Dios lo hiciera desde arriba de forma
político-religiosa, convirtiendo a Israel en un imperio político-religioso a la
cabeza de todo el mundo. Jesús va a ofrecer otro tipo de Reino, desde abajo, consistente en cambiar el
corazón de los hombres y capacitarlos para transformar ahora este mundo en una
humanidad fraternal y después hacerlos a todos partícipes de la felicidad
divina en el mundo futuro.
El protagonista de esta acción es Dios Padre por
medio de Jesús. Por eso se emplea la fórmula “reino de Dios” que equivale a
Dios reina; el sujeto es Dios; la fórmula “construir el reino” aplicada a la
Iglesia o cristianos sólo puede significar colaborar con la acción de Dios, que
hace posible sus frutos. Ahora bien, la colaboración básica que se espera de los
oyentes es “dejar a Dios que reine en nosotros” por medio de Jesús, es decir, convertíos y creed el Evangelio. “Convertirse”
es volverse a los intereses de Dios y dejar de mirar a nuestros egoísmos,
quitando los impedimentos que impiden que Dios ejerza su acción transformadora
en nosotros, en concreto, reconocer nuestra pobreza y debilidad moral y abrirse
a la misericordia de Dios. Y junto a esto, “creer el Evangelio”, es decir,
aceptar y ponerse en manos de Jesús y su alegre mensaje transformador. La
segunda lectura recuerda que estamos en el reino presente de cara al reino
futuro; este último es el valor absoluto
que exige relativizar los valores de este mundo.
Para san Marcos, la promesa “evangelio” de
Deuteroisaías se ha personificado en Jesús, en cuanto que él, Dios-hombre, es
el “Dios oculto” que trae la salvación. Él ha asumido nuestra naturaleza
humana, se ha hecho solidario con todos nosotros y nuestro representante, ha
vivido una existencia consagrada a hacer la voluntad del Padre por amor a lo
largo de un ministerio que lo llevó a la muerte y ha resucitado. En su
resurrección se ha convertido, en frase de Orígenes, en autobasileia, es decir, personificación del reino de Dios.
Evangelio no es una teoría sino Jesús muerto y resucitado.
Es importante conocer a Jesús y su obra como Evangelio, alegre noticia, por su vida y
su enseñanza. Ser cristiano es creer
o entregarse a este Viviente, el Resucitado que invita a actualizar en nuestra
vida su ministerio. Jesús-Evangelio no es un simple maestro de sabiduría. Su
aportación básica es ofrecernos en su persona la plena salvación. Unidos a él
por el bautismo, participamos su vida nueva y así Dios reina en nosotros.
La Eucaristía debe ser celebración gozosa de la obra
de Jesús-Evangelio. En ella se hace presente su obra y se nos capacita de cara
al reino futuro.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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