viernes, 5 de enero de 2018

Epifanía del Señor



La salvación es para todos

Las lecturas de esta liturgia explican el sentido de la celebración, toda ella centrada en la universalidad de la salvación. La primera anuncia que la salvación aparecerá en Jerusalén como una luz creciente que poco a poco iluminará al mundo y que atraerá hacia ella a todos los hombres, incluso a los más lejanos, para rendir homenaje al Salvador y recibir sus beneficios. El salmo responsorial abunda en la misma idea. La segunda afirma que esta promesa ya se ha cumplido en Cristo y por ello la salvación, primero reservada al pueblo judío, ya se ofrece también con los mismos derechos al resto de los pueblos. El evangelio presenta la interpretación alegorizada que hace Mateo de una antigua tradición que decía que, cuando nació Jesús, se presentaron unos personajes de Persia que venían a rendirle homenaje como mesías, pues sus estrellas –que tanta importancia tienen en su cultura con mucha presencia de la astrología- les han indicado que ya ha nacido el Mesías esperado por el pueblo judío. Mateo ha visto en ello el cumplimiento de las promesas que se han recordado en la primera lectura y en el salmo responsorial y por ello cuanta esta tradición con motivos y palabras tomados de estos textos.

La salvación se recibe mediante la fe y ésta se ofrece a todos. En esta fiesta, en que tradicionalmente se intercambian regalos, se nos invita a valorar el mayor regalo recibido, junto con la vida, el don de la fe, que nos debe llenar de alegría y dar sentido a nuestra vida. Lo que se aprecia, se ama, se cuida, es motivo de orgullo y se ofrece a los demás.

Jesús nos ha conseguido una vida nueva con todos los órganos necesarios para vivirla y por ello con ojos nuevos y corazón nuevo. Los ojos nuevos se refieren al aspecto intelectual de la fe que nos permiten ver las cosas con los ojos de Dios, con una profundidad que va más allá de lo que puede iluminar la razón humana. Pero no se limita a esto la fe, además del aspecto intelectual comprende otro volitivo, pues nos concede un corazón nuevo que nos capacita para entregarnos confiadamente a Dios, viviendo de acuerdo con los ojos nuevos, con las nuevas certezas que nos da a conocer de Dios y que iluminan nuestro camino. Todo ello es un gran motivo de alegría que debe animar a agradecerlo y cuidarlo.

Esta fiesta invita a agradecer el regalo recibido a Dios de quien proviene, a la Madre Iglesia, que a pesar de sus deficiencias nos la ha transmitido y finalmente a las personas concretas, padres, educadores y catequistas, que también a veces con deficiencias, han sabido transmitirla con su vida y palabras; después hay que comprometerse a conocerla mejor para vivirla con gozo y saber dar razón de ella, finalmente a vivirla en nuestra vida concreta.

Hoy es fiesta misionera en cuanto que se nos recuerda la obligación de darla a conocer como testigos, es decir, personas que la viven. Es una tarea urgente en un tiempo en que la Iglesia habla de nueva evangelización, primero para nosotros que debemos descubrir el carácter de alegre noticia que tiene, después para los que están fuera de la Iglesia, a los que, con amor, respeto y humildad hemos de proponer los valores de nuestra fe. La Iglesia desea que cada uno de los creyentes cristianos sea un atrio de los gentiles donde los no creyentes puedan acercarse con gusto a la fe cristiana.

En la celebración de la Eucaristía debemos agradecer el don de la fe, pedir la gracia de conocerla y valorarla cada vez más para mejor vivirla y dar testimonio de ella.
  
       
Dr. D. Antonio Rodríguez Carmona


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