¡Me he quedado
con tu cara! ¡Sé quién eres! ¡Sé dónde vives! Son expresiones que los jóvenes
de hoy utilizan frecuentemente para expresar, de forma desafiante:
¡cuidadito, que te conozco! ¡No te pases!
Perdonad mi osadía si hoy, cambiando las tornas, pongo en boca de Jesús
estas mismas expresiones para que algunos adolescentes y jóvenes de
nuestra Diócesis se sientan interpelados. En la época de Jesús fueron
dos discípulos de Juan el Bautista quienes, conmovidos por su personalidad,
reconocieron en Jesús al Mesías, vieron cómo vivía y le siguieron.
Eran como las cuatro de la tarde. Cuando uno tiene un encuentro fascinante
con alguien, recuerda el lugar y hasta la hora.
Hoy es el propio
Jesús quien se hace el encontradizo con tantos adolescentes y jóvenes
para preguntarles a bocajarro: ¿qué buscáis? (¿de qué vais?) y ofrecerles
una forma nueva, alternativa, de ser y de vivir. Les ayuda a descubrir
que si Dios los ha adornado con tantas gracias no es para que sean simplemente
«floreros» que adornan o decoran espacios de la vida sino para que sean
constructores de una humanidad nueva y se sientan plenamente realizados.
La clave está en servir a los demás, colaborando con Él en la transformación
de mundo. Y una de las formas más sublimes que les ofrece es seguirle, siendo sacerdotes.
El día 27 de diciembre
se cumplieron tres años desde que el Papa Francisco me confiara el pastoreo
de esta Diócesis entrañable de Barbastro-Monzón. El reciente día 4 de
enero enterraba a Mn. José Santisteve y unas semanas antes a Mn. Isidro
Berenguer. Son ya 13 los sacerdotes, beneméritos todos, a los que me
ha tocado cerrar los ojos. Y, el 19 de mayo, si Dios quiere, ordenaré al
primer sacerdote para nuestra Diócesis. Aunque las matemáticas no
sean mi fuerte… la diferencia se me antoja desproporcionada.
Los sacerdotes,
como muy bien sabéis, no caen del cielo con los bolsillos repletos de estrellas.
Nacen en el seno de una familia, en un pueblo, en el caso de Mn. Isidro y
Mn. José, en Tamarite y Cagigar. La Diócesis de Barbastro-Monzón siempre
ha sido una tierra muy «castigada» pero muy fértil. Ha dado muchos fundadores,
santos, mártires, sacerdotes ejemplares, consagrados abnegados
y laicos comprometidos.
Me conmueve
constatar, en cada caso, cómo llora el pueblo de Dios a los sacerdotes
buenos que fallecen. Y a los que se despiden al regresar a sus hogares,
allende los mares, después de haber prestado durante unos años un eficiente
servicio pastoral en nuestra Diócesis. Nuestro pueblo tiene muy buen
olfato para distinguir al pastor bueno del asalariado o funcionario.
Tener sacerdotes santos es una bendición para nuestros pueblos y para
nuestras familias. También para aquellos que necesitan experimentar
en carne propia la ternura y misericordia de Dios. Es una «especie» a
proteger y a acrecentar.
Os invito a
poner a toda la Diócesis en actitud de oración ferviente, cada
primer jueves de mes, para que el Señor suscite de entre nuestros
hijos los pastores que nos sirvan para que nadie se pierda.
Termino evocando
la anécdota que conté en el entierro de Mn. Santisteve como expresión
fehaciente de la bendición que supone para una familia que Dios se fije
en alguno de sus hijos. ¡Qué padre no desearía escuchar de su propio
hijo este piropo!
«Al concluir
la cena de un certamen literario, un famoso actor de teatro entretenía
a los comensales declamando textos de Shakespeare. Al final se ofreció
a que le pidieran algún bis. Un tímido sacerdote alzó la mano y le preguntó
si conocía el salmo 22. Lo conozco, le respondió, pero estoy dispuesto
a recitarlo sólo con la condición de que después también lo recite usted».
El sacerdote enrojeció, ante tan inesperada respuesta, pero accedió.
El actor hizo una bellísima interpretación con una dicción perfecta.
Los comensales, al finalizar, aplaudieron vivamente. Llegó el turno
al sacerdote, que se levantó y recitó las mismas palabras del salmo: El
Señor es mi pastor, nada me falta: / en verdes praderas me hace recostar;
/ me conduce hacia fuentes tranquilas/ y repara mis fuerzas; / me guía
por el sendero justo, / por el honor de su nombre. / Aunque camine por
cañadas oscuras, / nada temo, porque tú vas conmigo: / tu vara y tu cayado
me sosiegan. / Preparas una mesa ante mí / enfrente de mis enemigos; /
me unges la cabeza con perfume, / y mi copa rebosa. / Tu bondad y tu misericordia
me acompañan / todos los días de mi vida, / y habitaré en la casa del Señor
/ por años sin término. En esta ocasión, al terminar, se produjo un
profundo silencio. El actor, conmovido, se levantó y dijo: «señoras
y señores, imagino que se han dado cuenta de lo que ha sucedido esta noche».
Yo conocía el salmo, pero este hombre conoce al Pastor».
Ser sacerdote
sigue siendo hoy una de las formas más sublimes de hacer visible y sensible
el Reino de Dios entre los hombres. Una de las formas más hermosas de encarnar
los ideales de cualquier joven. Una de las múltiples formas de realización
personal. Una de las formas reales de ser feliz. Una de las formas más auténticas
para ser verdaderamente fecundo en la vida, feliz, útil, libre, auténtico…
y, al mismo tiempo, te hace experimentar que Dios te ha llamado a colaborar
con Él en la construcción de la nueva civilización del amor.
¡Que no falten
en nuestros pueblos del Alto Aragón los pastores necesarios que nos conecten
con Dios y despierten en cada uno de nosotros los carismas (gracias) con
que Dios nos ha adornado para construir todos juntos el mundo
que Dios sueña!
Con mi afecto y bendición,
+ Ángel Pérez Pueyo
Obispo de Barbastro-Monzón
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