Son muchos los textos en la Escritura que nos
hablan de “un cántico nuevo”. Y a mí siempre me ha llamado la atención la forma
en que tanto Salmos, como himnos…incluso Isaías, o el libro del Apocalipsis,
por recoger diversos autores y cronología, entonan este “cántico nuevo”.
¿Será que hay un cántico viejo? ¿Un cántico que ya
no sirve apara alabar y adorar a Dios? Parece ser que es así. Orígenes, uno de
los Santos Padres de la Iglesia, nacido en el año 185 d.d.C., decía que la
Escritura se explica con la Escritura. Y siguiendo este consejo, encontramos en
ella que nos dice (del rey David):
“…los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto, no lo querrías;
mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado tu no lo desprecias…” (Sal 50)
Los cánticos de antaño en nuestra vida no nos
sirven, porque hemos servido a otros dioses. Dioses que comienzan en nuestro
pedestal, que nos encumbra por encima de todo, elevando nuestro “ego”, y
continuando con el culto al dios dinero, origen de todos los males, para seguir
una vida apegada a la comodidad, al consumismo, y, en esencia, a la idolatría,
abandonándonos a estos dioses que no pueden salvar.
Cada cual sabrá qué dioses tuvo, si ya los
abandonó, o si sigue en la esclavitud de ellos. Pero, en cualquier caso, es
cierto que necesitamos ese cántico nuevo.
El libro del Apocalipsis, nos dice que los elegidos
“cantan un cántico nuevo delante del
Trono de Dios” (Ap 14,5). E Isaías aclara mucho más en qué consiste este
“Cántico nuevo”: (Is 42, 10-16): Agostaré
montes y collados, secaré su hierba, convertiré los ríos en yermo, desecaré los
estanques…
Estanques donde se ve reflejada nuestra vida, donde
se reflejan nuestros desatinos en busca de una
pretendida falsa felicidad, donde no fluye el Agua Viva del Evangelio,
sino que se estancó por el camino, sin poder saltar a la Vida Eterna como dice
Jesús a la Samaritana, imagen en este caso de toda la Humanidad.
Y continúa Isaías: “…Conduciré a los ciegos por el camino que no conocen, los guiaré por
senderos que ignoran, ante ellos convertiré la tiniebla en luz, lo escabroso en
llano…” Estos ciegos de la Escritura no son los de la ceguera corporal,
sino los ciegos que viendo no quieren ver. Y es que, el problema del mundo es
que la Luz vino a este mundo, y los
hombres prefirieron las tinieblas a la Luz, que es Jesucristo. (Jn 3,19).
Por eso el profeta Isaías, iluminado por el
Espíritu, nos dice que “convertirá”, es decir, volverá hacia Dios, su faz para
encaminarla hacia la Verdad, que es Jesucristo y su Evangelio. La palabra
“convertirse”, muy bien puesta en este texto, expresa claramente eso: el
hombre, con la vista frente al pecado,
ha de volver su camino hacia Dios. Por eso el Evangelio es la medicina de
sanación que Dios nos da, pues nos pone frente a nuestros pecados, no para
humillarnos, sino para salvarnos.
Alabado sea Jesucristo,
Tomas Cremades Moreno
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