En la actualidad se
habla mucho de la inteligencia, y es hasta posible, que se confunda con la
sabiduría. Un hombre sabio es un hombre inteligente y viceversa; o no. Pueden
ser incluso conceptos antagónicos.
Incluso aparece la
figura de la persona “lista”. Es tan rico nuestro lenguaje español, que varias
ideas, cuando queremos expresarlas, encontramos palabras que nos pueden parecer
sinónimas, y en realidad, no lo son.
Hoy en día se habla de
una “inteligencia artificial”, propia de la técnica actual, tan desarrollada…se
habla de los teléfonos inteligentes…los ordenadores…las ondas que circulan por
nuestro entorno. Y han sido descubiertas - no creadas, pues la Creación solo es
de Dios-, por el hombre. Por el hombre que también es un ser “inteligente”.
La sabiduría es otra
cosa; la sabiduría es hija de la Sabiduría, que con mayúscula, es un atributo
de Dios.
“…aunque uno sea
perfecto entre los hijos de los hombres, sin la Sabiduría que procede de Ti,
será estimado en nada…” (Sb. 9)
Nos lo recuerda el
Libro de la Sabiduría, atribuido al rey Salomón, erróneamente, pues éste fue
posterior a la redacción del citado libro. Fue escrito probablemente por un
judío helenizado en la segunda mitad del siglo I.
Es muy esclarecedor el
libro de los Proverbios, que en su Capítulo 2 dice así:
“…Hijo mío: si aceptas
mis palabras y retienes mis mandatos, prestando atención a la sabiduría, y
abriendo tu mente a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la
prudencia; si la buscas como al dinero, y la invocas como a un tesoro, entones
comprenderás el temor de Yahvé y encontrarás el conocimiento de Dios.
Porque Yahvé es el que
da la Sabiduría y de su boca brotan el saber y la prudencia…entonces
comprenderás la justicia, el derecho y la rectitud…” (Pr 2,1-7., 9)
Al principio decía que
un hombre sabio es un hombre inteligente o viceversa; o no. Y es que hay
personas, que quizá no sepan ni leer, que tiene un don especial concedido por
Dios, para ajustarse a Él; son los ”justos” del Evangelio, que “ajustan” su
vida al Señor. No son los “sabios” de este mundo. Son los “anawin”, los
pequeños de Dios.
(Tomás Cremades)
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