sábado, 17 de agosto de 2019

XX Domingo Tiempo Ordinario




Primera lectura:
Jer 38,4-6.8-10: Me has engendrado para pleitear para todo el país.
Salmo Responsorial:
 Sal 39,2.3.4.18: Señor, date prisa en socorrerme.
Segunda lectura:
Hebr 12,1-4: Corramos con perseverancia en la carrera que nos toca.
Evangelio:
 Lectura del santo Evangelio según san Lucas 12,49-53: No he venido a traer paz sino división.


El cristiano ha de ser constructor de la paz y esto implica luchar contra las paces injustas y el ser perseguido

Jesús ha venido a traer la verdadera paz, creando la verdadera armonía entre todas las personas. El hebreo chalom, paz, significa etimológicamente armonía, orden, salud (pues hay salud cuando cada miembro del organismo actúa armónicamente con relación con los demás). Un sentido secundario es tranquilidad, fruto de la armonía entre todos los miembros.

Jesús, muriendo y resucitando, ha creado la verdadera paz, pues ha establecido la debida armonía entre el hombre y todos los seres: con Dios, pues nos ha hecho hijos; entre nosotros, pues nos ha hecho hermanos: con las cosas, pues las ha ordenado al bien de los hombres como medios para realizarnos. Por ello para el cristiano la paz no es una teoría ni un libro, sino una persona: Él es nuestra paz (Ef 2,14).

Por el bautismo nos unimos a Jesús y así recibimos radicalmente el don de la paz, en él somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros, estamos radicalmente pacificados, con una vida con sentido.

Pero la paz traída por Jesús rompe la falsa paz-tranquilidad existente en el mundo, fundada en el egoísmo y en el poder de unos pocos, y que se traduce en opresión, hambre, miseria, dolor y muerte. Este es el sentido de las palabras de Jesús: la verdadera paz que él trae rompe la falsa paz-tranquilidad existente y, como consecuencia los que crean y se benefician de este desorden se alzaron contra él y se alzarán contra sus seguidores que continúan su obra.

La paz es un don de Dios que se nos da en Cristo por medio del Espíritu, uno de cuyos frutos es la paz (Gal 5,22), pero es también una tarea que hay que realizar. Por ello en las bienaventuranzas se felicita a los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios (Mt 5,9). Hay que trabajar por la paz verdadera, luchando contra la falsa paz-tranquilidad existente en el orden-desorden mundial tanto en el aspecto político como en el económico: hambre en el mundo, explotación laboral, muerte de inocentes… La consecuencia será la persecución, compartiendo la suerte de Jesús. La primera lectura recuerda la persecución del profeta Jeremías por su predicación de la verdadera paz en nombre de Dios, mensaje contrario a la política oficial de los gobernantes y poderosos de su tiempo. El cristiano que trabaja por la paz ha de ser consciente de su suerte y ha de estar preparado a sufrir con paciencia: corramos en la carrera que nos toca, sin retirarnos, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe: Jesús, que, renunciando al gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó la oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo (segunda lectura).

Trabajar por la paz implica tener una postura activa en política, que no consiste en pertenecer a un partido político, que también, sino en estar informado de todo lo que sucede, tomar parte activa en la denuncia de toda injusticia y colaborar en la solución de los desórdenes sociales por medios no violentos activos. Vivimos en tiempos de descrédito de la política, sin embargo la democracia es lo mejor dentro de lo peor, que sería una dictadura como alternativa. La persona que “no quiere saber nada de política” es el mejor abono para que prospere la corrupción política, pues con su pasividad está permitiendo que otros continúen con sus abusos.

En la celebración de la Eucaristía compartimos la muerte de Jesús y nos alimentamos para seguir luchando y poder compartir también su resurrección.

Dr. don Antonio Rodríguez Carmona



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