Primera lectura:
Ecl 1,2: 2,21-23: ¿Qué saca el hombre de todos los
trabajos?
Salmo Responsorial:
Sal 89,2.3-4.5-6.12-13: Señor, tú has sido nuestro
refugio de generación en generación.
Segunda lectura:
Col 3,1-5.9-11: Buscad los bienes de allá arriba,
donde está Cristo.
Evangelio:
Lectura del santo Evangelio según san Lucas
12,13-32: Lo que has acumulado, ¿de quién será?
Necesidad de la austeridad
San Lucas
subraya la originalidad de la salvación cristiana frente a un ambiente de
salvación pagana que pone su esperanza en el dinero, el poder, el placer, la
fama. El dinero no salva. El Evangelio de hoy forma parte de sus enseñanzas
sobre el uso cristiano de los bienes.
Ya en el
AT el libro del Eclesiastés (primera lectura) pone en guardia ante el engaño de
absolutizar los bienes de todo tipo. Ninguno da la salvación, y expone un caso
con cierto paralelismo al de la parábola del Evangelio, uno que trabaja muy
bien y lo deja a un hijo que lo destroza. La segunda lectura afirma cuál es
nuestra verdadera riqueza y ofrece la clave que debe iluminar nuestra postura
ante los bienes: somos hijos de Dios, ciudadanos del cielo y tenemos que usar
de todas las cosas como ciudadanos del cielo. Pero, ¿no es esto una alienación,
invitándonos a mirar al cielo y cerrarlos ante las realidades de este mundo? De
ninguna manera, sino que es una invitación a atesorar en el cielo por medio de las realidades de este mundo,
usándolas según el plan de Dios.
Los bienes
de todo tipo entran en el plan de Dios, que los ha creado como medios y para todos. Por una parte,
necesitamos comer, vestir, bienes de diverso tipo para poder realizarnos como
personas en nuestra sociedad concreta y para esto necesitamos dinero, pero tanto cuanto realmente es necesario en
nuestra situación particular, sin caer en la tentación de absolutizarlos,
creyendo que nos dan la salvación. Ciertamente resuelven muchas necesidades de
la persona, pero ni todas ni las más importantes, pues no libran de la muerte.
Vivir para tener, poniendo nuestro corazón en los bienes es una necedad, afirma
el Evangelio de hoy. Por otra, los bienes son para todos, tienen una finalidad
social y no es justo acumular en perjuicio de los demás, esto es avaricia que es una idolatría, como dice san Pablo
en la segunda lectura, que se traduce en necesidad de muchas personas, un gran
pecado social. El avaro se incapacita para oír la palabra de Dios y se cierra a
la salvación. En la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro, el rico, cuando
está en el infierno, pide a Abraham que envíe a un muerto a sus hermanos para
evitar esa condenación que les espera y Abraham le responde que basta la
palabra de Dios, pues si no hacen caso a esta palabra, que es eficaz, tampoco
lo harán a un muerto que vuelva a la vida (Lc 16,19-31). Por eso la palabra de
Dios invita a los que poseen muchos bienes a que vean la situación peligrosa en
que se encuentran. No es malo tener bienes, lo malo es absolutizarlos y no
usarlos socialmente. Esto es muy importante en nuestro contexto social en que
se generaliza la idea de la corrupción en el uso de los bienes en los niveles
políticos y privados.
El Evangelio invita a los cristianos a vivir
austeramente y a compartir, teniendo así un tesoro en el cielo. Austeridad es
vivir con todo aquello que es necesario para realizarme como persona en mi
contexto social. Esto es un concepto relativo y por eso la austeridad de cada
persona será diferente, pero lo importante es que nos planteemos seriamente ante Dios y por amor cuál debe ser
mi austeridad, pues al final tenemos que dar cuenta a él y no a los demás, ya
que al final seremos examinados de amor. Vivimos en una cultura que invita a
tener cada vez más cosas, a veces necesarias y que facilitan la vida y el
trabajo, a veces perfectamente inútiles.
Participar la Eucaristía es entrar en la dinámica de
Jesús, que vive solo para hacer la voluntad del Padre y servir a los hombres
por amor. Con esta dinámica tenemos que usar nuestros bienes.
Dr. Antonio Rodríguez
Carmona
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