Hace más de 50
años, cuando había todavía bastantes personas que no sabían leer ni escribir,
una sirvienta acudía algunos días de la semana a una casa de un pueblo no
lejano a realizar las tareas de limpieza doméstica, sobre todo quitar el polvo,
entonces abundante, y fregar el suelo. El dueño de la casa, ya jubilado, al
advertir que no sabía leer ni escribir, se ofreció a enseñarle, pero no al
terminar de limpiar, sino en la última media hora de su trabajo. Dejaba
entonces su escoba y su bayeta y tomaba el lápiz y la libreta. Pasado medio
siglo, recuerda agradecida aquella iniciativa que le resultó tan provechosa.
Hace unas semanas leí que un periodista del Wall
Street Journal, abandonó su codiciado puesto en el prestigioso
periódico neoyorquino para dedicarse a educar a jóvenes del Bronx, el barrio de
la ciudad en el que la criminalidad, la pobreza y las drogas se dan la mano.
Son dos hechos
distintos en la geografía y en el tiempo, pero con un denominador común:
enseñar al que no sabe, que es una de las obras de misericordia espirituales.
Enseñar cultura general y actitudes ante la vida, en una mezcla maravillosa de
gramática y honestidad, matemáticas y sinceridad… formación humana y
espiritual.
La Iglesia, a
lo largo de la historia, ha puesto en marcha miles de centros educativos y de
acogida, desde orfanatos a universidades, y lo ha hecho sin tratar los campos
educativos como si fueran incompatibles. La instrucción técnica y la educación
en valores son dos caras de una misma moneda.
Cuando San José
de Calasanz, el santo de Peralta de la Sal (Huesca), llegó a Roma y vio a
tantos niños pobres vagando por las calle, se conmovió y se puso a trabajar
para crear escuelas en las que pudieran formarse y salir de su situación.
Escuelas gratuitas, desde luego, que fueron el origen de las Escuelas Pías. Y
cito este ejemplo, entre muchísimos, que da testimonio de una tarea educativa
desinteresada que procura remediar la ignorancia más primitiva y la ignorancia
espiritual.
Los cristianos
sabemos que dar a conocer a Dios, el sentido de la vida, las virtudes, el
Evangelio, representa una formidable ayuda para quienes quizá no han tenido la
oportunidad de saborear estas realidades. Y esto es tarea de todos, aunque de
modo específico de los profesores de centros, públicos o privados –esto es lo
de menos– a quienes debemos gratitud por su trabajo vocacional impagable.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y Primado
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