Se ha
dicho que Dios escribe derecho con renglones muy torcidos. Llama la atención la
facilidad con que Dios permite que le maten a uno de sus principales apóstoles
casi sin darle tiempo a que predicara su Evangelio. Sólo habían pasado 14 años
desde la muerte de Jesús. Herodes, leemos en los Hechos de los Apóstoles, echó
mano de algunos discípulos de Jesús para maltratarlos, y mandó decapitar a
Santiago, y luego, viendo que los judíos le aplaudían, mandó encarcelar también
a Pedro con intención de matarle. Pero ahí Dios dijo: “esto ya no” y libró a
Pedro del rey Herodes.
Pero
uno se pregunta: “¿Por qué no libró también a Santiago?” Jesús había dedicado
especial atención a la formación de Santiago. Le tenía consigo, junto con Pedro
y con Juan, en los momentos de más intimidad: en el monte Tabor donde se les
aparecieron los profetas Moisés y Elías; en la casa donde resucitó a la
encantadora “Talita”; en Getsemaní donde Jesús dejó ver que también a él le
acobardaban la muerte y los sufrimientos como nos acobardan a nosotros. Y,
después de tanto esmero que Jesús puso en formarlo, ahora Dios permite que
Herodes le mate, como quien dice, antes de empezar su trabajo; y Herodes sigue
viviendo tan satisfecho.
Tenemos
que creer que la vida de Santiago no fue una pérdida a pesar de haber sido tan
breve. Dice el Salmo que ante Dios no hay gran diferencia entre un día y mil
años. Aunque el libro de los Hechos de los Apóstoles no dice casi nada de
Santiago, sin duda trabajó duro en los pocos años que vivió después de la muerte
de Jesús. Además nosotros creemos que Santiago no ha muerto sino que vive otra
vida más plena que la que vivimos nosotros aquí en la tierra, y no hay por qué
pensar que en aquella vida del cielo, Santiago está totalmente inactivo. El que
España le haya considerado desde antiguo como su patrón, puede corresponder al
hecho de que desde el cielo Santiago ha orado especialmente por nuestra nación.
Los
métodos de Dios son distintos de los nuestros. Pensándolo bien, también Dios
permitió que a Jesús lo mataran muy temprano; no le dejaron proclamar su
Evangelio más que en Israel y sólo por tres o cuatro años. Si fuéramos
nosotros, hubiéramos enviado a Jesús, en vez de enviar a Pablo, a extender el
Evangelio por todo el mundo conocido hasta llegar a Roma y acaso hasta España.
Pero Dios no; el plan de Dios es que Jesús, en su ser visible y tangible,
desaparezca pronto, pero que continúe entre nosotros de otra manera menos
tangible y más espiritual, y que nosotros seamos los pies, los brazos y el
corazón de Jesús, como lo fue Pablo. Con Pablo llegó Jesús hasta Roma, y con
nosotros llega a nuestros hermanos.
Rvdo. don Santiago
Alonso Vega
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