Perdóname, Señor, no
pretendo enmendarte la plana ni mucho menos corregirte o censurar tus palabras
a Marta: “Marta, Marta, tú te preocupas y
te apuras […] María ha escogido la mejor parte”. Pero si Marta no hubiera
andado apurada, ¿quién te habría preparado la comida aquel día?
Vuelvo a pedirte perdón por
mi atrevimiento. Pero estimo que entre los cristianos tenemos que estar de los
dos grupos.
Nada más lejos de mi
pensamiento que creer que es inútil la oración permanente y constante del monacato,
que es tiempo perdido el empleado por la clausura en el recogimiento,
meditación y emocionante gregoriano, que el asceta y el místico es un ser insociable
y perezoso, que la pléyade de santos que dedicaron y dedican toda su vida a
rezar fueron o son unas personas que pierden el tiempo. No, Señor, sus
oraciones compensan la deficiencia de los que somos menos dados a esa
espiritualidad. Sé que el tiempo dedicado a alabarte es el mejor empleado.
Pero, Señor, también es muy
importante el agotamiento y cansancio del misionero que anduvo todo el día preocupado y apurado para buscar el
sustento material, además del espiritual, de esa muchedumbre ingente de seres
que no tiene nada que llevarse a la boca; también tiene enorme valor el
voluntariado que se agota por el bien del prójimo; es digno de alabanza el
sacerdote que, equivocadamente o no, ha tomado la resolución de trabajar en
cualquier profesión durante una jornada laboral y hacer el apostolado en ese
medio. Quizá todos estos, cuando al amanecer se entreguen a la meditación, se
descentren por marchárseles su pensamiento a la planificación del trabajo o,
llegado el descanso nocturno, se pongan a rezar, tal vez el propio agotamiento
les haga dormitar más que orar. Pero, ¿es que no tiene mérito su laboriosidad y
entrega si la ofrecen, como es natural, a mayor gloria tuya y para servir de
ejemplo a los demás?
Tiene que ser, Señor, que en
el término medio, como casi siempre, está la virtud. No
debemos hacernos una pregunta excluyente: ¿Cuál es más importante, la vida
activa o la contemplativa?
Tal vez indebidamente, Señor, me
quedo con los versos del poema titulado Ejemplos
de Dámaso Alonso:
“Lo
que Marta laboraba
se
lo soñaba María.
Dios,
no es verdad, Dios no supo
cuál
de las dos prefería”.
Pedro José Martínez Caparrós
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