El curso ya se
terminó. Se han hecho algunos balances para mejorar lo que era mejorable,
afianzar lo que estaba bien hecho y pedir luz al Señor para que nos señale los
caminos que Él frecuenta y en los que quiere encontrarnos.
Así les ha
pasado también a nuestros pequeños y a los jóvenes tras los sopores de un
primer calor agobiante. No era la temperatura sin más lo que les hizo soplar
por los calores, sino la cita anual con exámenes y evaluaciones finales. Todo
se junta para hacernos sudar, han podido decir ellos, especialmente cuando
algunas materias han quedado pendientes. Así también la comunidad cristiana
debe mirar al curso pasado una vez terminadas las catequesis, celebradas las
despedidas, y estando ya en marcha los planes para el período veraniego con
actividades diversas. Nos paramos para evaluar nuestra andadura de un año
pastoral que concluyó y en vistas al que tenemos delante.
Desde el Plan
Pastoral diocesano que aprobé como gran hoja de ruta hasta el año 2018, siempre
hay tres referentes que nos permiten confrontarnos con nuestra salud cristiana
real. Un primer aspecto, auténtico principio y fundamento, se refiere a la
relación con Dios. Los sacramentos vividos y la oración son en nuestra vida
cristiana la fuente de todo lo demás. La Palabra de Dios que escuchamos e
interiorizamos, nos permite después contar con los labios y con la misma vida
la historia de salvación de la que formamos parte. La Eucaristía que celebramos
como Presencia del Señor nos sacia nuestras hambres y nos acompaña en nuestro
caminar. Ante los pecados que ofenden el corazón de Dios, que nos dividen por
dentro y nos enfrentan por fuera, el Señor nos ofrece el sacramento de la
confesión para ser abrazados por su misericordia que nos hace nuevos.
Un segundo aspecto,
y consecuencia del anterior, se refiere a la comunión entre nosotros. Una
comunión en primer lugar con la misma Iglesia, para que no haya nadie que
camine en solitario y a sus expensas. No es la Iglesia la que tiene que
plegarse a nuestros criterios, opciones o trayectoria, sino justamente al
revés. Pero, dicho esto, no somos clones gregarios sino hijos de Dios libres,
con la peculiaridad que el mismo Dios ha querido imprimir en cada uno de
nosotros. De ahí nacen las distintas espiritualidades y caminos con los que el
Señor bendice a nuestra Diócesis a través de comunidades religiosas,
movimientos eclesiales e instituciones. Se trata de mirarnos y tratarnos en la
caridad que nos permite complementarnos, cuando cada uno con el don que ha
recibido se pone al servicio de los demás (1 Pe 4, 10).
Finalmente, el
tercer aspecto tiene que ver con la misión que juntos queremos abordar en este
tramo de nuestra historia; una misión a la que somos enviados por el Señor y
por su Iglesia, y que hemos querido discernir como concreciones para este curso
pastoral. Es aquí donde deberemos preguntarnos qué hemos logrado realizar, qué
está a medio hacer o dónde todavía estamos sin empezar, de cuanto nos habíamos
propuesto para este año.
En los
distintos arciprestazgos y en las parroquias, vamos viendo estos tres grandes
referentes (relación con Dios como consagración, relación con la Iglesia en la
comunión, y quehacer apostólico como misión), para revisar la marcha de nuestro
Plan Pastoral diocesano y los objetivos de este año. Este es nuestro tiempo de
exámenes, sin sonrojo y sin sopor, sino queriendo agradecer los logros, avanzar
en lo inacabado y aprender incluso de nuestros errores. El Señor y la Santina
nos acompañan y sostienen.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
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