Bienaventurados los que encuentran en ti su fuerza al
preparar su peregrinación, nos
dice el Salmo. Quizá no nos demos cuenta que estamos realizando un camino, como
el pueblo de Israel, que representa una auténtica peregrinación hacia Dios,
nuestro fin último.
Cuando el
pueblo de Israel vio que Moisés tardaba en volver de la montaña - nos lo
recuerda el libro del Éxodo en su capítulo 32 -, se reunió en torno a Aarón y
le dijo: “… ¡Anda, haznos un dios que
vaya delante de nosotros pues no sabemos qué ha sido de ese Moisés que nos sacó del país de Egipto!…”
El tiempo que
emplearía Moisés en la presencia de Yahveh Dios no lo sabemos; lo que sí
conocemos es la desconfianza del pueblo de Israel ante la “huida” de Moisés.
Evidentemente que esta huida para estar en la presencia de Dios creó recelo en
los israelitas; Moisés tardaba y no sabían nada de él; podría ser un impostor –
creerían- a pesar de los milagros realizados ante su vista, primero con las
siete plagas para convencer al faraón, luego con el paso del Mar Rojo,
librándolos del poder de los egipcios, el alimento con el maná, poder saciar su
sed con el agua salida de la roca
abierta por la vara de Moisés…Lo cierto es que van perdiendo las esperanzas y
se hacen un dios de oro; ¿cómo podían creer en dios hecho por ellos mismos?
Necesitaban creer en algo que ellos mismos pudieran dominar: un dios a su
medida.
Es curiosa esa
forma de llamar a Moisés: “ese Moisés”.
Es la misma expresión de desprecio que emplea el hermano mayor de la parábola
del “hijo pródigo” cuando recrimina
al padre los pecados de “ese hijo tuyo…”.
Ni siquiera le reconoce como hermano…
De la misma
forma llaman a Jesús los fariseos cuando, una vez muerto y resucitado,
comparecen los Apóstoles ante el Sanedrín, y les dicen: “… ¿No os habíamos prohibido predicar en nombre de “ese”? Este “semitismo”, recogido en
(Hech 5. 27-29) entraña aquí forma de desprecio hacia la Persona de Jesús, al
igual que en los casos señalados.
¿Nos va sonando
esto? Igual que nosotros. Han pasado miles de años desde entonces y aun creemos
en el dios-dinero; el dios que podemos dominar con nuestras manos, a pesar de
que sabemos su perversa procedencia.
No puedo
continuar el relato sin pararme a meditar algo realmente bello, que es fruto de
otra catequesis, pero que se puede “pincelar” ahora: En el camino por el
desierto frente a la fuente de Meribá, el pueblo tentó a Dios por la falta de
agua. Entonces Moisés y Aarón, rogaron a Yahveh en la Tienda del Encuentro y Él
les dijo: “…Toma la vara y reúne a la
comunidad, tú con tu hermano Aarón. Hablad luego a la peña en presencia de
ellos y ella dará sus aguas. Harás brotar para ellos agua de la peña, y darás
de beber a la comunidad y a sus ganados”
(Num 20,6-9)
Con la fuerza
de la Palabra - ¡Hablad!-, Moisés tocó la Roca- Cristo- y al punto salió el
Agua. Y esta simbología es la fuerza de Jesucristo Palabra del Padre, Roca de
salvación, Agua que salta hasta la Vida Eterna.
Es ya un preanuncio de la venida de Cristo Jesús. Con la fuerza de la
Palabra que es su Evangelio, podemos saciar la sed de la Humanidad sedienta y
agostada como nos recuerda el Salmo 62.
Continuando con
el Salmo 83, dice: “…Bienaventurados los
que encuentran en ti su fuerza al preparar su peregrinación. Cuando atraviesan
áridos valles, los convierten en oasis, como si la lluvia temprana los cubriera
de bendiciones, caminando de baluarte en baluarte hasta ver a Dios en Sión…”
Nuestra vida
está llena de áridos valles. Estos valles necesitan ser regados por la lluvia
temprana que es la Palabra de Dios, Jesucristo-Evangelio. Necesitamos de Él,
para como le dijo a la Samaritana, no tener más sed y convertir en oasis de paz
lo que antes estaba yermo. Y así vamos por la vida, saltando de baluarte en baluarte,
de tropiezo en tropiezo y de conversión en conversión. Se cumplen, nuevamente,
en nosotros, la Palabra de Dios revelada en esta caso, el Salmo.
¡Señor
de los ejércitos, bienaventurado el hombre que confía en Ti!
Alabado sea Jesucristo.
Tomas Cremades
Moreno
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