sábado, 27 de octubre de 2018

XXX Domingo del Tiempo Ordinario





Reconocer la ceguera PARA SEGUIR A jESÚS POR EL CAMINO

El Evangelio de hoy recuerda la curación de un ciego realizada por Jesús y que san Marcos presenta en sentido simbólico, como reconocen la mayor parte de comentaristas. En todo el contexto el evangelista está mostrando lo que favorece conocer a Jesús y seguirle de forma auténtica a Jerusalén, y lo que lo impide. Al final, la figura del ciego, que reconoce su ceguera y pide la curación a Jesús, es una invitación al creyente para que reconozca su ceguera y pida a Jesús que le libre de todos los impedimentos que tiene y que impiden ver su verdadero rostro para que le siga con ánimo a Jerusalén para compartir su muerte y resurrección.

El corazón tiene tendencias a inducirnos a  un autoengaño que justifique el tipo de vida que estamos llevando y la visión que tenemos de nosotros y de las cosas. Busca con ello una falsa paz, que en el campo religioso se traduce en un cristianismo amorfo y sin vida o en la negación de toda religiosidad. 

El que ama el engaño, en él perece. A los que no aman la verdad “Dios les envía un poder seductor que les hace creer en la mentira  para que sean condenados todos cuantos no creyeron en la verdad y prefirieron la iniquidad” (2 Tes 2,11-12). Al contrario, al que busca sinceramente la luz de la verdad, Dios no se la niega. S Agustín fue un amante de la verdad y después de un largo peregrinaje la encontró; John Henry Newman, otro amante de la verdad, después de una larga búsqueda, encontró la fe católica, y así otros muchos.

Jesús es luz y se entra en su mundo por medio de la luz: « Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida. » (Jn 8,12); es “la luz que brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron” (Jn 1,5). La palabra de Dios nos invita hoy a acoger la verdad y no rechazarla para alcanzar un verdadero conocimiento de Jesús. Para ello es básico que todos reconozcamos nuestras cegueras mayores o menores como primer paso para poder ver, reconocer a Jesús como Salvador y ser salvados por él: «Para un juicio he venido a este mundo: para que los que no ven, vean; y los que ven, se vuelvan ciegos. »  Algunos fariseos que estaban con él oyeron esto y le dijeron: “¿Es que también nosotros somos ciegos?”. Jesús les respondió: Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; pero, como decís: "Vemos" vuestro pecado permanece. » (Jn 9,39-41). El que reconoce su ceguera, acude a Jesús, pide ver, recibe la salvación y con ello la capacidad de seguir a Jesús por el camino con alegría.

Conocer la verdad sobre uno mismo es reconocer que somos mortales, con un principio y un fin. Esto es necesario, pero no basta, pues puede inducir a caer en un relativismo hedonista: Comamos y bebamos que mañana moriremos. Nuestra verdad completa incluye además reconocer que Dios ha puesto en nuestro corazón un hambre de felicidad infinita que nos capacita para reconocerlo como nuestro Creador y Salvador: “Nos has hecho, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti”. (San Agustín). Esto implica reconocer que somos criaturas de Dios Padre que nos ha llamado a la existencia para que compartamos su gloria, siendo hijos en su Hijo (Ef 1,5) y que cuenta con cada uno de nosotros para crear un mundo mejor, viviendo una vida de servicio solidario. Reconocer mi verdad es aceptar que soy débil y pecador, necesitado de la salvación de Dios.

Conocer la verdad sobre los demás es reconocer que todos somos criaturas de Dios, iguales y llamados a vivir solidariamente, lo que excluye mirar al otro como competidor o enemigo. “Por tanto, desechando la mentira, hablad con verdad cada cual con su prójimo, pues somos miembros los unos  de los otros” (Ef 4,25).

Conocer la verdad sobre la creación es reconocer que Dios ha creado los bienes como medio para que todos se realicen como personas, lo que excluye la adoración de los bienes como si dieran la salvación. Conocer la verdad es reconocer el primado del amor sobre todos los demás valores, pues al final seremos examinados de amor.

Conocer la verdad es una tarea constante que hemos de afrontar, evitando las interferencias del orgullo, la avaricia, la ambición, el hedonismo... que impiden  reconocer a Jesús como salvador. Como dice san Pablo: “En otro tiempo fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor,  y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas. Cierto que ya sólo el mencionar las cosas que hacen ocultamente da vergüenza; pero, al ser denunciadas, se manifiestan a la luz. Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo (Ef 5,8-14).

En la tarea de conocer la verdad ayuda el examen de conciencia frecuente, la aceptación humilde de la corrección fraterna, la propia experiencia de las pruebas que nos hacen sentir nuestra debilidad...

Además de buscar la verdad para cada uno, tenemos que ayudar a ver a muchos hermanos que yacen tumbados a la vera del camino, aparentemente ajenos a la Verdad. Ciertamente que Cristo resucitado trabaja en el corazón de todos los hombres, pues Dios quiere la salvación de todos. Nuestra tarea consiste, primero, en no poner obstáculos a su búsqueda de la Verdad con nuestra falta de testimonio y, después, favorecer todo lo que sea búsqueda sincera, respetando su proceso personal.

        En cada Eucaristía pasa ante nosotros Jesús, que nos invita a salir a su encuentro reconociendo  nuestras cegueras y pidiéndole ver y seguirle por su camino de muerte y resurrección.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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