El apóstol de Dios ¡Pobre hombre!, no
paró ni de hablar, ni de escribir ni de ver cuán borrica era la gente con tanto
dios merodeando por doquier. Era un hombre espectacular. Cuando le lees te das cuenta de que estaba en todos los tejemanejes de la
vida.
Que si los matrimonios con el
Privilegio Paulino, que si las solteras o viudas; que si la castidad; que si
las comilonas; que si los escándalos que producimos en las conciencias; que si
el cuerpo con sus miembros son partes de Dios; que si obrar conforme a los
dones recibidos; que si deberes entre fuertes y débiles; que si las metas se
han de conseguir con sacrificio y sapiencia; que sin caridad, no hay nada de
nada… Miles de temas de hoy en cada
discurso o carta. Un hombre lleno de sabiduría.
¿Os fijáis en que su lenguaje es muy
parecido al de Jesús?, aunque para ser honestos, a veces no hay quien les
entienda y te lo tienen que explicar. Pero es un crac.
Desde que se convirtió, ya no pudo
parar de “bien decir”. Un ejemplo para todos los que deseamos “hablar” como
cristianos. ¡Claro que ni parecido lo hacemos, ni nos subimos a las montañas,
ni escribimos cartas a los chinos!, pero Dios sabe qué podemos hacer en nuestra
medida y tiempos de “ordenata”, si no, no estaríamos muchos de nosotros tan
enganchados en salvar almas. Quiero decir, que estemos poquico tiempo en el
purgatorio.
¡Es un privilegio tener a “un Ananías”
llamado Pablo -a ver si se nos caen las escamas de los ojos-¡ Genial, fantástico,
comprensivo...
Emma
Díez Lobo
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