Desde que nuestros primeros padres, Adán, y Eva,
pecaron, el Mal y el Bien han estado presentes en la Humanidad a través de
todos los tiempos. Con su pecado, el poder del Maligno sobre el hombre ha
permanecido hasta el día de hoy, y hasta el fin de los tiempos.
El Libro del Génesis, inspirado por el Espíritu
Santo, no sólo nos dice cómo y en qué circunstancias se produjo la
desobediencia a Dios, personificando el Mal en forma de serpiente, sino que su
descendencia, en sus hijos Caín y Abel, hereda y perpetúa su actuación a lo
largo de todos los tiempos, como si de una maldición hacia el hombre se
tratara.
Caín, el mayor de los hermanos se dedica a las
labores del campo, y Abel, el menor, al pastoreo del ganado de ovejas.
Nos lo relata así: “… Fue Abel pastor de ovejas y Caín labrador. Pasó algún tiempo,- desde
su nacimiento -, y Caín hizo a Yahvé una
oblación de los frutos del suelo. También Abel hizo una oblación de los
primogénitos de su rebaño, y de la grasa de los mismos. Yahvé miró propicio a
Abel y su oblación, mas no miró propicio a Caín y su oblación, por lo cual se
irritó Caín en gran manera, y se abatió su rostro….” (Gen 4,3-8)
Yahvé le dijo: “…
Mas, si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te
codicia, y a quien tienes que dominar…”
Y aquí me detengo ante algo que sorprende:
Yahvé-Dios el Justo por antonomasia, aprecia los trabajos de Abel, y, sin
embargo, no valora los de Caín. Desde el punto de vista humano, parece algo así
como un capricho, una determinada predilección de Dios, carente de justicia.
Pero no es así. Ya hemos comentado en varias
ocasiones, que cuando la Escritura dice algo que sorprende a la lógica humana,
hay que detenerse a meditar. Dios nos hace un “guiño”, nos da una señal, que no
podemos pasar por alto: Caín hace una oblación, una entrega a Dios, de los
frutos del “suelo”; no los frutos de la “tierra”, sino “del suelo”. El suelo,
como oposición al Cielo. Es decir, le ofrece algo de valor miserable, los frutos
propios del hombre que teme a Dios, pero que no le ama. Así son o pueden ser
nuestros frutos cuando no están inmersos en el
amor a Dios.
Abel, por el contrario, es “pastor de ovejas”. No
es pastor del ganado, sino de “ovejas”. Y lo dice claramente. Este “de ovejas”,
es fundamental: Dios está recibiendo el pastoreo de sus hijos, representando en
las ovejas lo que tantas veces Jesucristo nos dirá: Yo Soy el Buen Pastor, cuido a mis ovejas, mis ovejas me conocen,
escuchan mi voz… (Jn 10, 11)
Abel representa una imagen incipiente de lo que
será Jesús nuestro Buen Pastor, que agrada al Padre. Ya desde sus inicios toda
la Escritura va reflejando, en toda su plenitud, la Historia de la Salvación
del hombre, representada por el anuncio, aun velado, de Jesucristo.
Y hay, a continuación, una imagen muy bonita que
tomará Pedro mucho tiempo después, del ataque del demonio al hombre: “…Vuestro adversario, el diablo, ronda como
león rugiente, buscando a quien devorar…” (1P, 5-8)
Toda la Escritura está llena, desde el principio,
de notas catequéticas, que hacen de ella un “puzle” maravilloso, adonde Dios
nos invita a entrar, para escrutar su Palabra, su Mensaje, que es el mismo
Jesucristo.
El Evangelio es la culminación, el “Broche de Oro”,
de toda la Revelación del Padre, encarnada en su Hijo, Jesucristo. Vayamos,
pues al Evangelio, donde Él está presente, como Palabra de Dios.
Alabado sea Jesucristo,
Tomas Cremades Moreno
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