El matrimonio
cristiano indisoluble como vivencia
de la fraternidad del Reino
El Evangelio nos
recuerda que Jesús enseña que el matrimonio es indisoluble. Es interesante
constatar que los fariseos preguntan a Jesús para ponerlo a prueba, ¿de qué? En aquel contexto todos los judíos
admitían el hecho del divorcio, solo discutían los diversos grupos las
motivaciones para llevarlo a cabo. Por eso esta pregunta hace suponer que Jesús
se había opuesto a este consenso en virtud de la doctrina del reino de Dios.
Realmente, cuando Dios reina en una persona, le
transforma el corazón de piedra en un corazón de carne, filial y fraternal.
Todos los que pertenecen al reino, han de vivir fraternalmente en todas las
situaciones y estados de la vida. Y como el matrimonio es el estado concreto de
vida de la mayor parte de personas, los cristianos han de vivirlo como una
modalidad de la fraternidad del reino, lo que implica que esposo y esposa son
esencialmente hermanos e hijos de Dios, iguales y llamados a la misma vocación.
Esto excluye de por sí que un cónyuge vea al otro como un instrumento de que se
sirve para satisfacer sus necesidades sexuales y materiales, y cuando no sirve,
se deshace de él, como el que tira un bolígrafo cuando no sirve.
Es también interesante
cómo responde Jesús: “¿Qué os ha
mandado Moisés”? Dice os, no nos, es decir, no se incluye en la
pregunta ni en la observancia de la respuesta. Moisés escribió para todos los
judíos, ¿es que Jesús no se considera judío? Sí, y por eso afirmó que “No he
venido a destruir la Ley y los Profetas, no he venido a destruir sino a darles
plenitud” (Mt 5,17) y dentro de esta plenitud entraba abrogar los mandatos que
realmente no responden al plan de Dios. Por eso, cuando le responden que Moisés
permitió divorciarse, Jesús les comenta: “Por vuestra terquedad dejó Moisés
escrito este precepto. Al principio de la creación Dios los creó hombre y
mujer...”. Es decir, esta concesión de Moisés no se debe al plan de Dios sino a
la dureza del corazón humano. Jesús purifica y perfecciona las enseñanzas del
Antiguo Testamento y este es un caso concreto, en que además lo purifica a la
luz del plan de Dios creador, como aparece en los dos primeros capítulos del
Génesis.
La primera lectura remite
a estos textos con afirmaciones importantes: Dios ha creado al hombre a su
imagen y semejanza, como ser capaz de conocer y amar libremente; lo ha creado
varón y hembra, ambos iguales pero incompletos, llamados a completarse para formar una sola carne. Génesis 2
primero afirma que no es bueno que el
hombre esté solo y Dios va a crearle la compañera adecuada. Sigue el desfile de
animales, en los cuales el hombre no encuentra la compañera adecuada; se trata
de una escena polémica para afirmar que la mujer no es un animal de carga, como
se la considera en determinadas culturas; finalmente Dios crea la compañera adecuada
tomando parte del costado del varón (costilla, ¿corazón?) y termina con la
exclamación gozosa del hombre, que reconoce la igualdad entre ambos y la
atracción mutua que tiende a restablecer
la unidad primitiva. En el plan primitivo de Dios, inscrito en la misma
naturaleza, el matrimonio tiene como finalidad completar como personas a varón
y mujer, plenitud que se traduce en fecundidad.
La llegada del reino de
Dios implica que con la muerte y resurrección de Jesús es posible realizar este
plan divino, llevando a plenitud la vivencia de la fraternidad matrimonial. Por
ello afirma Pablo que la donación mutua matrimonial es signo del amor de Cristo
a la Iglesia y de la Iglesia a Cristo, amores totales y definitivos, que
excluyen todo tipo de divorcio (Ef 4,21-33). La tarea del esposo es “completar”
y hacer feliz a la esposa y la tarea de la esposa es “completar” y hacer feliz
al varón. Es la lógica natural del amor auténtico que no admite medida ni
plazos.
La gracia del sacramento
del matrimonio da la gracia para realizar esta tarea, pero es necesario
colaborar con ella. Realmente el matrimonio cristiano no es un juego, sino una
decisión seria y consciente, que sabe lo que busca y a lo que se compromete.
Por otra parte, implica colaborar con la gracia del sacramento alimentando cada
día el amor y haciendo que vaya creciendo en gratuidad y acomodándose a las
circunstancias cambiantes de la vida matrimonial.
Todo esto implica una
preparación adecuada para recibir el sacramento, como enseñan los dos sínodos
dedicados a la familia y la exhortación postsinodal Amoris Laetitia.
Hoy día nos invade la
ideología de género que niega radicalmente la visión cristiana y como
consecuencia decrece el número de parejas que optan por el matrimonio
cristiano. Urge por ello dar a conocer los valores del matrimonio cristiano que
solo se comprende en la óptica de los valores del reino.
La celebración de la
Eucaristía es celebración de la fraternidad cristiana. Como Cristo se entrega a
cada uno, hemos de entregarnos unos a otros en nuestra situación y estado
concreto.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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