Resulta que después de leer a varios
Santos, me percato de que no hay uno sano… Será una exageración pero hasta
ahora, todos pochos. Al principio de sus vidas, como que normales -algunos-
pero después, cuando entran en los conventos y empiezan a hacer “vida de Santos”...
¡Tate!, la salud por los suelos y un
desastre de dolores.
Y no es que sea una regla volverse
“pocho”, pero casi casi. Lo cual me dice algo importantísimo: Que la enfermedad
y la santidad están muy cerca si sabemos llevarla como ellos. La verdad es que
no se preocupaban de sus males aún estuvieran muriendo.
Hombres y mujeres de “otro mundo”, con
un aguante espectacular y que se pasaban las noches hablando con Dios -pero de
otras cosas-… Un perfecto ejemplo para nosotros, que aunque sí seamos de este
mundo y no “olamos a flores” cuando nos vayamos… Sí podríamos intentar
imitarles un poco.
O sea, que si nos vemos hechos una pena
y lo sabemos llevar con humildad y tranquilitos, Dios no nos deja en paz. Pues
genial, ya sabía yo que ese sentir tenía premio. No seremos Santos porque es
como imposible, pero nos tiene en cuenta más que a nadie.
Es que, ser Santo conlleva mucho sacrificio,
sonrisa -aunque te duela todo- y un montón de cosas que en verdad no somos
capaces de comprender. Y eso que no tenían ni “Ibuprofenos” ni “Paracetamoles”
ni nada…
Lo dicho, cuando estemos “súper pochos”,
confiemos, todo saldrá bien a la manera de Dios.
La
sonrisa de los Santos es una prueba de “salud” en la enfermedad. Tú también
puedes sonreír.
Emma Díez Lobo
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