La fuente gloriosa de Aquel que se ha sentado,
junto al pozo, como el que apaga la sed de
todos los seres,
derrama en cada uno en particular, según
su voluntad,
diferentes torrentes adaptados a los que
vienen a beber.
Del pozo un agua única, indiferenciada,
subía en todo momento para saciar a los
sedientos;
la Fuente vivificante derrama variedad de
bendiciones
para sus diversos destinatarios.
¡Oh, mujer!. Es una gran maravilla
la que veo en ti, comparable a la de María
(…)
¡Dichosa tú, mujer; por tu boca has
engendrado
la luz en las tinieblas!.
María, esa tierra sedienta en Nazaret,
ha concebido a nuestro Señor por medio de
su escucha.
Tú también, mujer que tenías sed de agua,
has concebido al Hijo por tu escucha.
¡Benditos tus oídos; ellos han bebido de
la Fuente
que sacia la sed del mundo!
María lo introdujo en una gruta
y tú en los oídos de quienes lo escuchan.
Tu voz, oh mujer, ha producido fruto,
antes incluso que la de los apóstoles, por
la predicación de la Palabra.
A los apóstoles se les había impedido proclamarla
Entre los paganos y los samaritanos.
¡Dichosa tu boca, que Él ha abierto y
confirmado!
El sembrador de la vida ha tomado de su
granero, para dártelas a ti.
semillas para sembrar.
En la ciudad, tan muerta como el mismo sheol,
has entrado para dar vida a tus vecinos.
(Efrén el Sirio. Himno ”De Virginitate”)
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