sábado, 27 de octubre de 2018

El ciego Bartimeo (Mc 10, 46-52)





        Quizá nosotros de vez en cuando también estamos “sentados al borde del camino” pidiendo, si no limosna, sí un poco de compasión. Si estamos al borde del camino quiere decir que no estamos plenamente en el centro del camino. A veces, ojalá solo sea por poco tiempo, nos despistamos y nos salimos del mismo casi con toda probabilidad tras un tropezón, pero otras, es nuestra ceguera la que nos ha echado fuera.

Lo anterior está referido de forma metafórica, claro, a nuestra vida espiritual. Andamos en los límites del camino que nos lleva a Dios, pero, si no actuamos para salir de los límites o del borde, con toda seguridad acabemos “sentados” en esa situación. Lo malo es que con suma frecuencia ese asiento se convierte en un estado de comodidad, nos amoldamos a la rutina de estar pidiendo, la ceguera la convertimos en un modo de vida porque es más cómodo que continuar caminando con el cansancio que nos proporcionan los avatares del itinerario.

Menos mal que tenemos la gran suerte de que pasa Jesús; él pasa siempre y a todas horas, su misión es ir recogiendo los extraviados del camino y no se cansa de su cometido. Por tanto es cuestión de estar atentos y cuando oigamos que pasa Jesús, como el ciego Bartimeo, con todas nuestras ansias y fuerzas le gritemos “ten compasión de mí”. Y si las circunstancias, el ambiente e incluso los reproches de las propias personas nos instan a que nos callemos, no nos dejemos intimidar, sino que hemos de gritarle con más fuerza e insistencia hasta que Jesús se detenga y nos llame. Siempre habrá alguien  que nos diga: “Ánimo, levántate, que te llama”. Entonces es cuando nosotros debemos estar prestos a soltar el “manto” de las ataduras que nos tienen postrados en el borde del camino y daremos un salto y nos acercaremos a Jesús. Él, que es muy respetuoso con nuestra libertad y no quiere invadirnos ni forzarnos, nos preguntará: “¿Qué quieres que te haga?” Ahí, en ese momento, desde nuestra ceguera tenemos que pedirle la vista, esa vista que necesitamos para mantenernos dentro de los límites del camino correcto. Solo entonces, ante nuestra súplica, Jesús nos restablecerá la vista, esto es, nos devolverá al buen camino y nos salvará.

Y como de sabios es ser agradecidos, ya solo nos resta seguirlo por el camino el resto de nuestra vida.

Pedro José Martínez Caparrós

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