Parece estar claro que la parábola de
los viñadores (Mt 21, 33-46), en el momento
en que Jesús la expuso estaba dirigida al pueblo de Israel: “Por eso os digo que se os quitará a
vosotros el Reino de los Cielos…” (también expresamente en Isaías 5, 7). En
la lectura de dicha parábola se ve reflejada la historia y trayectoria de este
pueblo escogido: primero cría la viña con todos los mimos posibles (pueblo
electo desde siempre), después manda a sus criados (los profetas) y por último
a su propio hijo (el Hijo de Dios hecho hombre al que matan). Está tan claro
que no merece más explicación.
Pero también igualmente de claro
Jesús manifiesta que la viña somos cada uno de nosotros unidos como miembros de
ese Cuerpo Místico en su Iglesia: “…para
dársela a otro pueblo”. Ese otro pueblo es la Iglesia.
Creo que cada uno de nosotros individualmente (no
exentos de formar en conjunto esa Iglesia, claro) también podemos estar
representados en la viña. Nuestra vida nos la ha regalado Dios Nuestro Señor,
nos ha creado con todo el cariño y delicadeza posible, en nuestra familia y en la
familia de la Iglesia. La rodeó con una cerca para que los animales o
transeúntes no la pisaran ni estropearan, nos ha rodeado de una serie de
personas que nos protegen y quieren: la familia, los amigos, los compañeros de
trabajo, cada una de las personas que a diario nos saludan con una sonrisa,
etc. Todo eso nos lo ha dado, pero en calidad de arrendatarios, no somos los
propietarios; en cambio con demasiada frecuencia actuamos como si de verdad lo
fuéramos, pues tomamos decisiones en nuestra vida con autonomía, como si no
tuviéramos que rendir cuentas; muy a menudo se nos escucha: yo con mi vida hago
lo que quiero, en mi persona no manda nadie, no tengo que dar explicaciones a
nadie y otras muchas expresiones parecidas y de significado sinónimo. ¡Ojo!,
que sí tenemos que dar cuentas. Debemos trabajar la viña de acuerdo con unas
normas, no podemos echar a la del vecino los yerbajos secos que arranquemos de
nuestra parcela, muy frecuentemente para salvar nuestra reputación ensuciamos
indebidamente la del prójimo. No podemos dar mal ejemplo en el cumplimiento de
nuestros deberes agrícolas (como cristianos) porque contagiamos y contaminamos
a los vecinos (prójimo). Tendremos que dar cuenta de nuestro arriendo. ¿Qué
hará con aquellos labradores? “Hará morir
de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros labradores, que le
entreguen los frutos a su debido tiempo”. Nuestros frutos a su debido
tiempo, no cuando a nosotros nos parezca o nos venga mejor. El dueño pone la
fecha y la hora de cuando tendremos que rendirle cuentas, no podremos decirle
ahora no puedo o en otro momento que en este no me viene bien. Debemos tener
las cuentas claras en cada instante (cf 25,16-3) porque no sabemos el día ni la hora.
Démosle gracias al dueño de la viña
por haber tenido la generosidad de habérnosla arrendado, nos prefirió primero a
nosotros; pudo habérsela arrendado a otro, pero nos prefirió a nosotros. Nos ha
colmado de regalos, el primero la vida; nos ha proporcionado una tierra
ubérrima: la Iglesia; nos ha dado todos los medios necesarios para que podamos
trabajarla con toda comodidad: su doctrina, la Iglesia, la familia y amigos, el
prójimo… Pues agradezcámoselo y hagámonos acreedores de los bienes otorgados.
Pedro José Martínez Caparrós
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