domingo, 1 de octubre de 2017

Perdón, reconciliación y misericordia



En el momento histórico que vive la humanidad en todas las partes de la tierra, cuando la ruptura, el enfrentamiento, el rencor, el odio y la venganza aparecen envueltos en aparentes regalos de libertad, pero sin dar contenido a la misma, tenemos urgencia de acoger el perdón, la reconciliación y la misericordia. Recogiendo algunos apuntes de mi juventud, he visto escritos en ellos unas palabras del cardenal Tarancón, presidente de la Conferencia Episcopal Española, en el año 1971, y he recordado el eco que tuvieron en su corazón y en el de todos los obispos de entonces. Demostraron instinto histórico para saber y ver lo que necesitaba en aquel momento nuestro pueblo y también para mantenerse fieles y libres a los imperativos del Evangelio y a lo que la Iglesia en nombre de Jesucristo tiene que anunciar siempre.

Para sacar adelante cualquier proyecto que tenga vigencia para todos y nos haga reunirnos con las diferencias legítimas que construyen y hacen la comunión, tienen que acogerse necesariamente en el corazón estos tres ejes: perdón, reconciliación y misericordia. Esos que tan bellamente formula Nuestro Señor en la oración que salió de sus labios, el padrenuestro. Es verdad que no todos los hombres son creyentes y los que son de otros credos no conocen a Jesucristo, pero estas categorías existenciales son necesarias e imprescindibles si los humanos deseamos y queremos tener salidas para vivir y dejar vivir.

Los cristianos no podemos hablar de ellas con conceptos abstractos, sino formularlas a través de la contemplación de la Persona misma de Jesucristo. Para nosotros la belleza del perdón, de la reconciliación y de la misericordia tienen un rostro, no son ideas; contemplamos lo que significan y contienen en la persona de Jesucristo. Y es esto lo que quisiera entregaros con esta carta en estos momentos que vive el mundo, donde acontecen tantos enfrentamientos. Ojalá sepa decirlo con la belleza que tienen estas palabras en la Persona de Jesucristo.

Es imposible saber su contenido si no descubrimos que el progreso para un discípulo de Cristo, en el perdón, la misericordia y la reconciliación, significa lo que significó para Él: abajarse, entrar por el camino de la humildad para que sobresalga, se vea y se manifieste el amor de Dios. Este fue también el camino de la Virgen María, como nos dice el Evangelio. Ella no entendía bien, pero deja su vida a la voluntad de Dios. Porque, para que llegue el amor de Dios a nuestra vida y se manifieste en medio de los hombres, hay que entrar por el camino de la humildad. ¿Qué humildad? La misma que siguió Jesús, que siendo Dios no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, se despojó de su rango y se bajó hasta la Cruz (cf. Fil 6). Pero, ¿esto no quiere decir que caminemos por la vida con los ojos bajos? Muy al contrario, hay que ponerlos bien altos, de tal manera que se manifieste toda la caridad de Dios, todo el amor de Dios que es el camino que el Señor eligió incluso cuando se manifestó en su Resurrección. Nuestro Señor nos empuja a amar y a hacerlo cada vez más y mejor, y esto pide que asumamos que nuestra vida esté estructurada por los ejes que antes mencionaba.


+Carlos Card. Osoro Sierra, arzobispo de Madrid

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