- Decidme sabio Juez si vos preferís la
humildad a la caridad, la oración al perdón o la sabiduría a la honestidad…
- ¿Cuan impertinencia es esta noble Caballero?
No prefiero nada de lo preguntado con intención burlona y verborrea baladí. Soy
testamento de obras, una con la otra sin orden en virtudes; no soy inquisidor
de preferencias; soy Juez y no parte, soy vuestro salvador tal vez.
-
¡Es menester que me digáis el orden, Señor!
- ¿Menester decís? No sigáis en vuestro
empeño, pues bien me entendéis y si no lo hiciereis, vos veréis con aquesta
falacia sin miramiento de quien Soy.
- Perdonad la chanza de mi prueba
- Pues no habéis de desafiar ni a mi
Título ni a mi Blasón porque lo sentiréis, más perdonado está, pero no me
soliviante más vuesamerced con impertinencias, pues vos sabéis que con el amor,
amando, se adquiere el honor de todas las virtudes y con ellas la sabiduría.
Empleo la Ley que procuráis juzgando y,
bien sabéis cuales son las bienaventuradas desde hace siglos. “Quid pro kuo”,
más no por Mi sino por vos.
Y se fue caminando hacia atrás, dobló su
espalda y balanceó su sombreo con un saludo como un noble Caballero.
No
hay virtudes mejores ni peores, son virtudes del alma. Nos pueden faltar, no
somos perfectos pero teniendo una, tan sólo una de ellas, las demás caminan a
un tiempo
Emma
Díez Lobo
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