Lo importante
es amar
La palabra de
Dios invita a centrarse en lo esencial, el amor concreto y eficaz.
Los fariseos
preguntan a Jesús con mala intención para
ponerlo a prueba. A primera vista no
aparece claro en qué consista la prueba,
pero se explica a la luz del contexto histórico en que los escribas se dedican
a ordenar y clasificar por importancia los 613 mandamientos que contiene la
Biblia. La respuesta de Jesús no se sitúa en esta línea, sino que remite a lo
esencial, afirmando cuál es el alma y
finalidad de todos ellos: el amor. Para Jesús los diversos mandamientos no
son más que distintas expresiones del amor, que es el que los justifica; por
eso el amor sostiene la Ley entera.
Quitando el amor, no tienen razón de ser.
Preguntan por el mandamiento principal y Jesús
responde con dos, pues amor a Dios y amor al prójimo son diferentes, pero
inseparables, de forma que no se puede dar el uno sin el otro. Por una parte,
el amor a Dios es el primero. Es un amor que tiene que ser total, es decir, con
todas las facultades de la persona, con toda la inteligencia, con toda la
voluntad, con todo el sentimiento, y es además fuente de los demás amores. Es
un amor que exige ser constante como respuesta al amor constante de Dios a
nosotros.
El amor al
prójimo es segundo, pero inseparable, es decir, sin amor al prójimo no hay amor
de Dios y sin amor de Dios no hay amor al prójimo. Sin amor al prójimo no hay
amor a Dios, porque Dios ama a todos los hombres y, como consecuencia, amarle a
él implica amar lo que él ama; por eso el amor a Dios sostiene también el del prójimo y es su expresión privilegiada. En
esta línea afirma san Juan: Si alguno
dice: «Amo a Dios», y aborrece a su
hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede
amar a Dios a quien no ve (1 Jn 4,20) y Quien
no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor (1 Jn 1,8).
Por otra parte,
amar al prójimo no siempre es “amable” y necesita ser fortalecido por el amor
de Dios. Ciertamente, “lo que hagáis a uno de estos pequeños” a mí me lo
hacéis” (Mt 25,40), pero estos pequeños a veces son sucios, ingratos, dañinos,
actúan como enemigos... Por ello el
amor al prójimo debe ser gratuito, fuerte y necesita alimentarse constantemente
del amor de Dios. De esta forma amar a Dios es exigencia de amar al prójimo y
amar al prójimo lleva a plenitud el amor a Dios: Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha
llegado en nosotros a su plenitud (1 Jn 4,12).
El cristiano por
el bautismo ha recibido el amor de Dios y la capacidad de amar como ama Dios,
pues el amor de Dios ha sido derramado en
vuestros corazones por el Espíritu Santo que se os ha dado (Rom 5,5); En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados (1 Jn 4,10).
El amor puede ir
acompañado de sentimiento, pero no es esencial. Lo importante es la acción
concreta que busca dar vida al hermano (1ª lectura), ya que ésta es la esencia
del amor de Dios: En esto se manifestó el
amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que
vivamos por medio de él (1 Jn 4,9); Queridos,
si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros (1
Jn 4,11). Amar al hermano es un compromiso por la justicia.
Este amor es una
tarea que hemos de realizar permanentemente. Amar como Dios nos ama es el
mandamiento nuevo, nuevo en dos
sentidos, porque es participación del amor de Dios por su Hijo, que se entrega
por nosotros, y porque debe ir transformando todo el devenir de la vida del
creyente, toda la sucesión de actos de su existencia, que, de esta forma,
impregnados de amor, se deben convertir en nuevos.
Así vamos preparando el examen final en que “seremos examinados de amor”
(cf. segunda lectura).
La Eucaristía es
celebración del amor del Padre que entrega a su Hijo, del amor de Jesús que se
entrega a sí mismo; es una invitación a unirse a esta oblación, uniendo a ella
nuestra vida de amor concreto, con sus éxitos y fracasos. Por otra parte, es fuente que alimenta el
amor.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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