Servir
a Dios, no servirse de Dios. Dios y el
Estado
El Evangelio está
centrado en la frase final de Jesús y a ella remite también la primera lectura,
en la que se habla de que Dios se sirve del pagano Ciro para realizar sus
planes de salvación; el relato es el marco necesario para entender la frase
final, aunque también contiene una enseñanza importante sobre la sinceridad y
libertad de Jesús y sobre la hipocresía de los que le preguntan.
Los enemigos de
Jesús están buscando motivos para acusarle y envían a preguntarle si es lícito
dar tributo a César; los enviados son fariseos, enemigos del tributo a Roma, y
herodianos, partidarios. Si responde que sí, se opone a fariseos y
especialmente al pueblo enemigo del tributo; si dice no, se opone a los
herodianos que lo acusarán a las autoridades romanas (como de hecho hicieron
los sanedritas ante Pilato más tarde cf. Lc 23,2). Quieren un sí o un no claro.
Y para forzar la respuesta halagan hipócritamente a Jesús alabando su forma de
enseñar, siempre fiel al plan de Dios y libre ante los hombres.
Formulan una
pregunta de carácter esencial: es lícito,
es decir, como una regla general permanente.
Los fariseos niegan el tributo por razones teológicas, porque según
ellos pagar el tributo al emperador es reconocer su soberanía y ellos sólo
tienen un soberano, Dios. Pero Jesús replantea la cuestión pasándola a un plano
existencial. Pide que le enseñen la moneda del tributo y le enseñan un denario,
moneda romana. Han caído en la trampa. ¿Quién obliga a un fariseo llevar moneda
romana en el bolsillo? La lleva porque le interesa beneficiarse de las ventajas
económicas que ofrece el comercio dentro del Imperio romano. Jesús pregunta de
quién es la imagen y la inscripción. De César (Tiberio César), responden. Y
termina Jesús: Pues lo del César
devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios, es decir, hay que estar a las
duras y a las maduras con relación a Roma: si os beneficiáis de Roma en lo
económico, devolved contribuyendo al
orden del Imperio, sin excusaros por falsos motivos religiosos, y devolved a
Dios todo que es de Dios, es decir, todo, incluido el mundo de César, que no
hay que verlo como opuesto a Dios.
El
texto no contrapone Estado e Iglesia (ésta no aparece en este contexto), sino
Dios y Estado. Todo es de Dios creador, incluso el Estado, querido por Dios en
función del bien común de las personas que deben organizarse para ello (cf. Rom
13,1-7). Por eso todos los hombres y todas las instituciones humanas han de devolver (el significado propio del
verbo apodídomi es devolver) a Dios creador lo que es de
Dios, es decir, todo lo recibido de él y querido por él, la vida, los bienes,
el Estado... Esto quiere decir que el Estado no es una instancia absoluta que
determina el bien común por sí mismo, pues está sometido a Dios, que en este
caso manifiesta su voluntad no por la revelación positiva, es decir, por los
contenidos de la revelación judeo-cristiana, sino por un medio al alcance de
todos los pueblos, la ley natural
inscrita en el corazón de los hombres. No basta por ello la simple mayoría de
votos para decidir lo que es bueno o malo, el llamado positivismo jurídico, hay
que buscar siempre y acomodarse a los grandes valores humanos: el bien, la
vida, la justicia, el bien común... Como dijo Benedicto XVI ante el parlamento
alemán: “El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho
revelado... En cambio, se ha referido a la naturaleza y a la razón como verdaderas
fuentes de derecho, se ha referido a la armonía entre la razón objetiva y
subjetiva, una armonía que, sin embargo, presupone que ambas esferas están
fundadas en la Razón creadora de Dios”.
¿Y
la Iglesia y el Estado? La Iglesia, por una parte, no se identifica con Dios,
es depositaria viviente de la revelación positiva de Dios y, en cuanto que ésta
ayuda a conocer mejor la ley natural, ha
de procurar que esta revelación impregne todas las relaciones sociales; por otra, como está compuesta de ciudadanos,
en cuanto tales están obligados al bien común de la sociedad y han de
contribuir en conciencia a este fin, obedeciendo a las legítimas autoridades y
pagando tributos, y en la medida de lo posible, han de procurar que el plus que
añade la revelación positiva a la ley natural llegue también a las leyes que
ordenan el bien común, pero nunca imponiendo, sino proponiendo, haciendo ver
cómo contribuye al bien común. La base del Estado es la ley natural, la
revelación positiva aclara aspectos y ayuda a conocerla mejor. No se puede
identificar Comunidad cristiana y Estado, que son dos realidades distintas que
han de procurar ayudarse mutuamente a cumplir sus cometidos.
En la Eucaristía,
por una parte, la Iglesia pide por todos los gobernantes para que Dios los ilumine
y fortalezca en su tarea de buscar el bien común del pueblo, y, por otra, los
cristianos devuelven al Padre por
medio de Jesucristo su vida como ciudadanos a modo de ofrenda espiritual.
Dr. Antonio
Rodríguez Carmona
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