viernes, 13 de octubre de 2017

Tris­te­za




Con­fie­so que des­de hace al­gún tiem­po me in­va­de la tris­te­za. He vi­vi­do mu­chos acon­te­ci­mien­tos en los úl­ti­mos cin­cuen­ta y cin­co años. Ex­pe­rien­cias pre­cio­sas como han sido la lla­ma­da a ser cris­tiano, o a vi­vir la vida nue­va de Cris­to pre­pa­ran­do el mi­nis­te­rio sa­cer­do­tal y la or­de­na­ción como sa­cer­do­te. Tam­bién la or­de­na­ción epis­co­pal. He sido fe­liz sien­do sa­cer­do­te y obis­po en tan­tos mo­men­tos de gozo con tan­ta gen­te; he pro­cu­ra­do ha­cer el bien de los de­más, con la pre­di­ca­ción o el ejer­ci­cio del mi­nis­te­rio. Me he acer­ca­do a tan­tas per­so­nas y al mis­te­rio de sus vi­das al hilo de tan­tos acon­te­ci­mien­tos en Es­pa­ña y en el mun­do. Re­cuer­do vi­va­men­te la tran­si­ción po­lí­ti­ca y so­cial, con sus lu­ces y som­bras. Pero con la ale­gría de ha­ber vis­to que se po­nían las ba­ses para una con­vi­ven­cia plu­ral en una Es­pa­ña en la que ca­bían to­dos, tras tan­tos años de en­fren­ta­mien­to, an­tes y des­pués de la gue­rra ci­vil; ese pro­ce­so que lle­vó a tér­mino la reali­dad de un Es­ta­do de de­re­cho con la pro­mul­ga­ción de la Cons­ti­tu­ción Es­pa­ño­la en 1978.

No viví cier­ta­men­te aque­llos años de rup­tu­ra en­tre es­pa­ño­les (1931-1939), pero sí las con­se­cuen­cias de no que­rer­se los unos a los otros. Era bueno com­pro­bar que esa si­tua­ción ter­mi­na­ba y em­pe­za­ba otra. Y no es que todo este tiem­po, des­de 1978 has­ta hoy, haya sido una bal­sa de acei­te. Mu­chos pro­ble­mas, mu­chas in­cer­ti­dum­bres, pero he­mos te­ni­do una vida “nor­mal” con al­ter­na­ti­vas y vai­ve­nes, dis­cu­sio­nes y lu­chas, pero me pa­re­cía a mí que eran idos los tiem­pos don­de los di­ri­gen­tes de los par­ti­dos po­lí­ti­cos lle­va­ban a nues­tro pue­blo a en­fren­ta­mien­tos de enemi­gos irre­con­ci­lia­bles que, des­de la pri­me­ra Re­pú­bli­ca Es­pa­ño­la en el si­glo XIX, bus­ca­ban los unos la desa­pa­ri­ción de los otros, o su per­se­cu­ción por ideas o ten­den­cias o de­fen­sa ra­zo­na­da de po­si­cio­nes po­lí­ti­cas. En la vida hay mu­chas co­sas que no te gus­tan, que te des­agra­dan en la so­cie­dad en la que vi­ves, pero en un mo­men­to dado de­jas la in­ge­nui­dad de creer que todo va a ir bien. Sin em­bar­go, tie­nes la es­pe­ran­za de que lle­ga­rá la cor­du­ra, o que las co­sas pue­den me­jo­rar y pre­va­le­ce­rá la jus­ti­cia, la aten­ción a los más po­bres y una so­cie­dad con más opor­tu­ni­da­des para to­dos. Y el pun­to de re­fe­ren­cia ha sido en to­dos es­tos años el or­de­na­mien­to ju­rí­di­co del Es­ta­do que nos he­mos dado to­dos, como po­si­bi­li­dad de en­ten­di­mien­to, esto es, la Cons­ti­tu­ción Es­pa­ño­la.

Yo creo en Dios, Pa­dre de nues­tro Se­ñor Je­su­cris­to, y en su  Pro­vi­den­cia; vivo en el seno de la Igle­sia Ca­tó­li­ca, que sin­ce­ra­men­te  con­tri­bu­ye al bien co­mún de toda la so­cie­dad es­pa­ño­la. Acep­to, cla­ro está, otras es­tan­cias so­cia­les, otros gru­pos de nues­tra so­cie­dad que con­tri­bu­yen a ese bien co­mún. Es bue­na la se­pa­ra­ción Igle­sia-Es­ta­do y la re­la­ción nor­mal con tan­tas y tan­tas ins­ti­tu­cio­nes. Tam­bién com­pren­do cada vez más que el ser hu­mano, hom­bre y mu­jer, no se ex­pli­can bien sin esa frac­tu­ra que sig­ni­fi­ca el pe­ca­do, y así acep­to con pa­cien­cia mis de­fec­tos y los de­fec­tos del pró­ji­mo. Pero, des­de hace al­gu­nos años pre­sien­to que el ho­ri­zon­te está cam­bian­do y que la gen­te em­pie­za a su­frir de nue­vo las ve­lei­da­des y las to­mas de de­ci­sio­nes de po­lí­ti­cos que tan­tas ve­ces no bus­can siem­pre el bien co­mún. De ma­ne­ra que te­ne­mos que su­frir con ex­ce­si­va fre­cuen­cia lo que ellos in­di­can y di­cen que es el bien de to­dos los es­pa­ño­les, de to­dos los ca­ta­la­nes, de to­dos los ma­dri­le­ños, de to­dos los cas­te­lla­no­man­che­gos, etc. Y se deja de pen­sar en el con­jun­to, en lo que so­mos to­dos y se pien­sa más en “lo mío”, “lo nues­tro”, “en mi gen­te” y en sus exi­gen­cias, que mu­chas ve­ces son sim­ple­men­te las de este o aquel par­ti­do po­lí­ti­co y que no todo el mun­do com­par­te.

Yo no sé si se debe re­for­mar la Cons­ti­tu­ción y tam­po­co me es­can­da­li­za­ré, si se hace. Pero me ape­na mu­chí­si­mo -y me in­dig­na- que em­pe­ce­mos de nue­vo a no te­ner un pun­to de re­fe­ren­cia que nos sir­va para re­sol­ver y no para rom­per. Es me­jor es­tar jun­tos que dis­gre­ga­dos, es me­jor abrir que ce­rrar, es me­jor es­cu­char que chi­llar, es me­jor aco­ger que re­cha­zar. Es me­jor una Es­pa­ña uni­da, por muy di­ver­sa que sea, que des­ga­ja­da en par­tes, aun­que esas par­tes ten­gan pe­cu­lia­ri­da­des muy ri­cas y que han de te­ner­se en cuen­ta.

Me pa­re­ce un error que la pre­si­den­cia de la Ge­ne­ra­li­tat de Ca­ta­lu­ña haya roto en el Par­la­men­to ca­ta­lán con la Cons­ti­tu­ción Es­pa­ño­la y pre­ten­da in­de­pen­di­zar­se. La uni­dad de Es­pa­ña no solo es me­jor que la rup­tu­ra, sino que ade­más esa ac­ción del go­bierno ca­ta­lán ol­vi­da los su­fri­mien­tos de los ca­ta­la­nes y de otros es­pa­ño­les en aque­lla gue­rra ci­vil, a los que tam­bién con­tri­bu­yó el in­ten­to de se­pa­ra­ción de en­ton­ces. La se­pa­ra­ción po­si­ble de aho­ra trae­rá tam­bién do­lor y su­fri­mien­tos. Cada uno de no­so­tros tie­ne su cul­pa­bi­li­dad, pero sin equi­dis­tan­cias: cada uno tie­ne la suya se­gún su res­pon­sa­bi­li­dad.

¿No es­toy por el diá­lo­go, por con­ver­sar, por so­lu­cio­nar el con­flic­to? Si es­toy do­lién­do­me de lo que su­fren las con­se­cuen­cias de las to­mas de de­ci­sión de po­lí­ti­cos, ¿cómo voy a ser par­ti­da­rio de rup­tu­ras y de ac­cio­nes irre­ver­si­bles que pro­lon­guen el su­fri­mien­to de la gen­te, tan­tas ve­ces ma­yo­ría si­len­cio­sa? ¿Cómo ha de lle­gar la so­lu­ción del con­flic­to? No me toca a mí de­ci­dir­lo. Yo re­za­ré ar­dien­te­men­te y me fe­li­ci­ta­ré si la uni­dad con­ti­núa. Tam­bién os pido a vo­so­tros que ele­véis al Se­ñor ora­cio­nes para este fin.

+Brau­lio Ro­drí­guez Pla­za,
Ar­zo­bis­po de To­le­do
Pri­ma­do de Es­pa­ña


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