Después de la lectura (Mt 21, 28-32)
se puede concluir que hay dos clases de cristianos ‒en los hombres en general, pero aquí
nos interesan los cristianos‒.
[El padre se acercó al primer hijo] “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. Él
le respondió: “No quiero”. Pero
después se arrepintió y fue. Cabría la posibilidad de que este hijo representara
a los que son más rebeldes, por calificarlos de alguna forma, y no aceptan las
cosas así porque sí. Podríamos pensar que son aquellos que, aún a riesgo de ser
tildados como desobedientes, polémicos o como se les quiera llamar, por
principio o por manera de ser se niegan o no acatan las órdenes porque la haya
dictado la jerarquía, o mejor, precisamente por provenir de la jerarquía, por
principio lo ponen en cuarentena. Podrían ser aquellos que tienen que sopesar
los pros y las contras, primero tienen que meditar, reflexionar, consultar,
etc. y solo después, si están convencidos aceptan. Seguramente el solo convencimiento
les lleva a la obediencia. Lo que sí podemos afirmar con toda certeza es que son
aquellos que después de hablar lo no debido (pecar) se arrepienten y actúan. Tienen
la virtud del arrepentimiento, les pesa tener esa forma de ser y sienten aflicción y pesadumbre. No son
cristianos de palabra, sino de obra.
Después le dijo al otro hijo lo
mismo y este le respondió: “Voy, señor”;
pero no fue. Por el contrario este hijo representa a los que lo primero que
hacen es decir sí, pero después se dan media vuelta y si te vi no me acuerdo. No son contestatarios, tienen
muy buenas palabras y semblante amable, pero sus obras son nulas. Son los que
solemos llamar hipócritas, tienen una gran disconformidad entre las palabras y
las acciones. Mientras no se conocen a fondo los tenemos por cristianos modélicos
porque hacen muy bien su papel, pero las obras dictan mucho del comportamiento
del buen cristiano y por supuesto no poseen el sentimiento del arrepentimiento.
O sea que el cristiano ideal sería
el que sus palabras y sus obras van en consonancia y si alguna vez, por
debilidad, peca, siente la necesidad del arrepentimiento.
Por desgracia el cristiano “modelo”
apenas existe porque somos humanos y caemos muchas veces a lo largo del día, por
lo que abunda más el cristiano “corriente”, el vulgar, el de contradicciones.
Pero para dignificar su conducta tiene el arrepentimiento. Se convertirá en
buen cristiano si después de haber pecado arrostra la caída, pide perdón a Dios
y al hermano, si fuere el caso, y se levanta, no permanece y se acomoda en el
fango. Digamos que a la luz del evangelio necesariamente el arrepentimiento es
la tabla de salvación del cristiano “común”. Esto no quiere decir que el
cristiano sea un ser pasivo; que, como se suele decir, se eche el alma a las
espaldas y, porque sabe que tiene el confesonario, no intente mejorar, sino que
como ser humano que es, es débil y cae, pero tiene la humildad de arrepentirse
y la voluntad de volver a empezar.
Así
que tenemos en nuestras manos la salvación por medio del arrepentimiento. Lo dice el profeta Ezequiel (18, 27-28):
Cuando el malvado se convierte de la maldad que hizo […] él mismo salva su
vida. Si recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá.
Pedro
José Martínez Caparrós
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