La pertenencia a la Iglesia
es un don y una tarea
La parábola pertenece al mismo contexto que las dos
anteriores, dirigidas todas ellas a sumos sacerdotes y ancianos que piden
cuentas a Jesús por la expulsión de los mercaderes. En ella se presenta la
Historia de la salvación (Antiguo Testamento – Jesús – Iglesia primitiva) bajo
la figura del banquete y, en este contexto, el papel que juegan los sumos sacerdotes y ancianos,
representantes de una religiosidad deformada, y el que jugamos nosotros, miembros de la Iglesia.
El tema del banquete tiene rica tradición bíblica. Está
enraizada en la experiencia humana, que lo concibe como acto en que se
satisfacen necesidades existenciales, como la comida y la bebida, en un contexto
social de alegría, familiaridad, amistad,
comunión. La primera lectura recuerda un texto en que se presenta el
futuro reino de Dios con la figura del banquete. También Jesús en su ministerio
se sirvió también de esta figura: come con los pecadores para significar que el
reino de Dios es comida de Dios que comparte su mesa con los pecadores
perdonados, y especialmente nos dejó su memorial, la Eucaristía, bajo la forma
de un banquete.
El texto de la parábola
que ofrece san Mateo está fuertemente alegorizado para iluminar el momento en
que escribe a su comunidad hacia el año 80; como está inspirado, es palabra de
Dios para los cristianos de todos los tiempos. Organiza el banquete Dios padre,
protagonista de toda la Historia de la salvación y de todo este relato. El
banquete no es uno cualquiera sino el banquete de bodas de su Hijo. La boda en
este contexto es una alianza especial de Dios con la humanidad. Envía siervos
(Profetas del AT) a avisar a los ya invitados, es decir, a los miembros del
pueblo elegido, Israel, pero éstos no quisieron ir. Hay un segundo envío más
detallado que el anterior, pues se explica que ya está todo a punto, pero
recibe un trato peor, pues incluso maltratan y matan a los enviados (es la
misión de Jesús y los apóstoles). Ante esto, el rey destruye la ciudad
(destrucción de Jerusalén el año 70). A pesar de todo lo sucedido, el banquete
tiene que llevarse a cabo. El banquete del reino no está en juego, pues lo
dispone Dios padre, protagonista de la historia, y se realizará. Lo que está en
juego es el número y calidad de los que van a participar en él. Para eso Dios
organiza la misión fuera de la ciudad, por los caminos del mundo, dirigida a
personas que no habían sido invitadas como los primeros, es decir, a los
gentiles; responden a la invitación
muchos, “malos y buenos”. Este detalle sugiere que entre los que entran, es
decir, entre los que integran hoy día el banquete en la Iglesia de Dios hay malos y buenos.
La parte final de la
parábola está dedicada al discernimiento y separación entre malos y buenos. No
basta con haber recibido el don de la
llamada, hay que corresponder adecuadamente a ella, vistiendo el vestido de
bodas, para ser de los escogidos. El
vestido de bodas en este contexto es estar en gracia de Dios, es decir, vivir
en comunión con Dios, y como Dios es amor, vivir en comunión de amor con Dios y
con el prójimo. Lo llamamos gracia porque es un don de Dios.
La parábola alegorizada es una fuerte interpelación
a los que celebramos la Eucaristía sobre nuestra situación. Estar bautizados
y estar aquí participando la Eucaristía
es un don de Dios que nos ha llamado y debemos agradecer. Nuestra situación es
el comienzo del banquete, que todavía no es estancia definitiva, pues antes
todos seremos examinados de amor para poder participar definitivamente. Todo ello nos exige corresponder, una tarea
que hemos de realizar vistiendo cada vez más el vestido del amor a Dios y a los
hermanos, tarea posible en aquél que nos conforta (2ª lectura). Igual que
muchos en el AT fueron llamados y quedaron descalificados, igual nos puede
suceder a nosotros. La negativa de los israelitas no debe ser motivo de
autocomplacencia por nuestra situación, sino una llamada a la conversión, pues
también nosotros seremos examinados. La parábola no pretende infundir miedo
sino despertar la responsabilidad ante este tiempo de gracia. La conversión es
tarea constante de todos los miembros de la Iglesia, siempre santa y pecadora.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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