Esto que escribo es lo que en definitiva me ha inspirado el
Señor para hablar de la alegría del Evangelio.
La palabra Evangelio significa “Buena Nueva” o Buena noticia.
Ya lo empleaban las legiones romanas cuando después de haber ganado una batalla
acudían a los pueblos con los evangelios, cartas de buenas noticias.
En hebreo se dice avésorá, que tiene las mismas raíces
latinas que podríamos traducir como ¡¡“Albricias”!!
Esto ya nos introduce un poco más en lo que ha de representar
para nosotros el Evangelio de Ntro. Señor Jesucristo. Es la buena noticia. ¿Qué
buena noticia nos da Dios? Pues Dios, por medio de su Palabra, nos quiere hacer
hijos suyos, conocedores de su Rostro, a través de la Palabra de Dios revelada:
JESUCRISTO. Esa es la buena noticia.
El Evangelio, que todos
conocemos, es el mismo Jesucristo que se parte por nosotros con el Pan
de la Palabra.
Decía San Bernardo que hay tres venidas de Jesucristo:
La 1ª cuando nació de las entrañas purísimas
de la Virgen María, la 3ª cuando venga con todo su Poder el día final, en la
Parusía. Quizá la más cercana, la que más nos interesa en estos momentos, es la
2ª: Dios se hace presente cada vez que abrimos el Evangelio, la Escritura.
Lo mismo que la persona tiene un
cuerpo y un alma, también el Evangelio tiene un cuerpo y un alma: el cuerpo es
la letra impresa, el material de papel en que está encuadernado. El alma es el
mismo Dios. Dios es Palabra, la palabra del Padre revelada.
Recordemos el prólogo del
Evangelio según san Juan. “En el principio existía la Palabra, y la Palabra
estaba junto a Dios y la Palabra era Dios.
Todo se hizo por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada. Lo que
se hizo en ella era la vida, y la vida era la Luz de los hombres, y la Luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron…”
El cristiano ha de ser luz en el
mundo, hemos de ser antorchas de luz para el mundo, con nuestra palabra y con
nuestros hechos. Que exista coherencia
en nuestra vida. Cuando rezamos el Padrenuestro y levantamos nuestras manos, lo
que estamos significando es que nuestras manos, manchadas de sangre por
nuestros pecados se las enseñamos a Cristo, que nos enseña las suyas clavadas
en la cruz, el único que no tiene manchadas las manos como nosotros. Él nos
enseña las suyas manchadas con la sangre
de nuestros pecados, porque se hizo pecado por nosotros como dice san Pablo.
Desde entonces nosotros no tenemos nada que pagar. Él canceló nuestra deuda
.
El Salmo 24 nos recuerda en el
versículo 3 y ss: ¿quién puede subir al monte del Señor? El hombre de manos
inocentes y puro corazón que no confía en los ídolos ni jura contra el prójimo
en falso. ESE ES JESUCRISTO.
Hay alguien que nos haya amado
así alguna vez? Ese es nuestro Dios.
Mucho hablamos los cristianos del
Evangelio de Ntro Señor. Pero conocemos bien el Evangelio, hasta el punto de
hacer de él nuestro modo de hablar con Dios, de intimar con Él, hasta poder
decir como san Pablo: -estoy crucificado con Cristo y ya nos soy quien vive, es
Cristo quien vive en mí?
A muchos cristianos, cuando les
hablo del Evangelio, me dicen: Ah, sí, el evangelio de la Samaritana, o el de
los panes y peces, etc… NO!!! Conoces TU EVANGELIO, NO el del Señor Jesús. El
Evangelio de Jesús es nuevo cada día, es el Pan vivo de cada día, de tal forma
que cuando lo lees, lo meditas, cada día, aunque lo hagas para el mismo texto, es
diferente, porque es el Pan tierno y fresco que ese día te da Jesús.
Para qué te sirve el Evangelio?
El Evangelio te pone frente a tu vida, frente a tus pecados, te delata, pero no
te aplasta, te desvela tu vida para que tengas VIDA con mayúsculas. En esencia
el Evangelio y toda la Escritura son para que “comas” de ese pan.
No podemos desgajar de la Biblia, de las
Escrituras, sólo los Evangelios. La Biblia es un conjunto de 73 libros
canónicos reconocidos por la Iglesia, de los que la plenitud es el Nuevo
Testamento.
No podemos pasar olímpicamente
del Antiguo Testamento para llegar al Evangelio. Me acuerdo de una persona que
me dijo un día haber leído de corrido toda la Biblia, como si fuera una novela.
Sacó la conclusión de que había un Dios castigador, que hacía cosas horribles,
mataba y estaba esperando al hombre para llevarlo al infierno. Había perdido la
fe. No creyó en Dios, yo le comenté: Yo tampoco creo en
Dios; en ese Dios que me pintas, no creo, ese Dios no existe, Dios es AMOR con
mayúsculas, en boca de San Juan. Y Dios quiere hacer un camino de Amor contigo
y conmigo.
Dios es el gran pedagogo; y en su pedagogía,
enseña al hombre de forma que sea comprensible para él, con los parámetros de
Dios, no con los nuestros; y con la velocidad de aprendizaje que Él dispone, no
con la rapidez que nosotros queremos. A un niño, le tenemos que enseñar a leer,
no le podemos enseñar textos que se estudian en la Universidad. Igual Dios nos
va enseñando poco a poco, escrutando en las Escrituras, escuchando catequesis:
la fe viene por la predicación del Kerygma, del anuncio del Evangelio, nos dirá
san Pablo.
Para eso está la Escritura. El
pueblo de Israel, el pueblo de Dios, somos también nosotros. El camino del
pueblo de Israel hacia la tierra prometida también lo hacemos nosotros.
Tomás Cremades
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