Los Salmos-la oración que rezaba Jesucristo- se cumplen en Él, y en todos los que buscamos y queremos ser sus discípulos. A Dios se le reza con los Salmos, usando su propio lenguaje y meditando, buscando y “buceando” en su Palabra, escrutando la Escritura.
Hoy me detengo en el Salmo 62:
Imagino mi alma caminando por el
desierto de la vida, donde ninguna de las experiencias vividas han apagado mi
sed, sed de placer, de honores, de consideraciones humanas.
“Mi alma está sedienta de ti…”,
comienza el salmista, y recuerdo las palabras de San Agustín: “…nos hiciste
para Ti y mi alma no descansará hasta que te encuentre a Ti”
Realmente mi tierra está reseca,
agostada, agrietada, por donde sólo entran, el desierto, los alacranes, los
escorpiones, las hormigas, los insectos…En estas grietas, que solo son las
heridas que dejaron en mi alma, anidan todas mis insatisfacciones, mis anhelos,
mis frustraciones.
Tanto mi alma como mi carne están
sedientas del Dios vivo, el único que puede dar sentido a mi vida; el único que
colma y calma mi sed, y recuerdo el texto de la Samaritana: “ Yo soy el agua
viva, y el que beba de este Agua no tendrá más sed…” Señor:¡ Dame de esta Agua!
Volviendo a San Agustín: “ te
buscaba fuera y Tú estabas dentro…”.
Buscaba una vida fuera de Ti,
pero tu gracia vale más que la vida, me repite el Salmo. Es más: me invita a
elevar mis manos a Él, a enseñarle mis manos manchadas de sangre. Las suyas me
las enseña también, en la Cruz redentora, también con sangre, con la que compró
mi rescate como dice la carta de Pedro. Y a la sombra de sus alas me cobijo,
como el pollito que es cobijado por el Águila( Jesús), sabiendo que sus alas
son sus Brazos extendidos en la Cruz. A su sombra mi alma exulta de gozo y
canto con júbilo: ¡Qué grande es en medio de Ti el Santo de Israel…” Is(12,6)
Alabado sea Jesucristo
Tomás Cremades
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