¿PALABRA DE
DIOS O ESCRITURA?
Cuando me
pidieron que hablara sobre la Palabra de Dios en la vida del enfermo, consideré
oportuno que nos detuviéramos en una consideración previa. Conviene diferenciar
entre Escritura y Palabra de Dios. Interesa subrayar que todo lo contenido en
la Escritura es Palabra de Dios pero ésta es previa a la Escritura y abarca
mucho más que lo que se expresa en los textos sagrados. Dios se
manifiesta en la historia de cada hombre a través de determinadas actuaciones
que obran en personas concretas. Estos acontecimientos son “palabra de Dios”.
Y como el pueblo elegido por Dios no tenía ninguna duda de que Dios “había
hablado”, fue transmitiendo este tesoro de generación en generación; mucho
tiempo después, en algunos casos cientos de años más tarde, se trasladó esta
tradición oral a los textos sagrados.
Apunto esta
cuestión previa porque Dios continúa actuando en la vida de los hombres y la
enfermedad es, en este sentido, una Palabra de Dios, un actuar de Dios.
Dios interviene en la vida de los hombres y, para el cristiano, esa
intervención es un “actuar de Dios”, una “Palabra de Dios”; de manera que para
el creyente, ante la enfermedad dialoga con Dios, se interroga: ¿qué quiere
decirme el Señor con este acontecimiento, “con esta palabra”? ¿Qué querrá
manifestar/me?
Así pues, la
Escritura es posterior a la Palabra de Dios y consecuencia de esta última;
en ella se reúnen las actuaciones de Dios en su pueblo elegido. Dios habla a
Abrahán, salva a Isaac, elige a Jacob, ensalza a José, se manifiesta potente a
Moisés en el Sinaí, convierte a Pablo, etc.
Ese “actuar de
Dios” en personajes concretos alcanza no sólo a los que directamente se
convierten en receptores de esa gracia sino que las intervenciones del
Señor aprovechan a muchos. Veámoslo con un ejemplo: cuando Jesús le
dice a Simón-Pedro “hombre de poca fe, por qué dudaste” después de que el
apóstol anduviera por encima de las aguas hacia Jesús, Cristo está hablando no
sólo a Pedro sino que también nos lo dice a nosotros. En este sentido, Pedro
somos todos porque como él, hemos tenido la experiencia existencial de que
mirando a Jesús podemos pasar por encima de la muerte (el agua en la escritura
es signo de muerte); no sólo de la muerte final sino también de “las muertes”
de cada día, de los tropiezos, los sufrimientos y las frustraciones que
acontecen en nuestras vidas. Por el contrario, cuando nos miramos a nosotros
mismos, nos hundimos porque hemos dejado de fijar nuestros ojos en los del
maestro; entonces perecemos, fracasamos, morimos.
Asimismo, todos
somos Adán, Abrahán, Isaac, Jacob, José, David, Job y Pablo, como veremos a
continuación. Aprovechando la actuación/palabra de Dios en la vida de estos
personajes, cada uno de ellos nos ayudará a contemplar también la enfermedad
como momento de prueba, como ocasión de intimidad con Cristo, como oportunidad
de purificación y como razón para la fe.
Raúl Gavín |
Iglesia en Aragón /
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