El misterio de la
Encarnación nos recuerda que Dios siempre nos sale al encuentro y es el
Dios-con-nosotros, que pasa por los caminos a veces polvorientos de nuestra
vida y, conociendo nuestra ardiente nostalgia de amor y felicidad, nos llama a
la alegría.
En la diversidad y la especificidad de cada vocación, personal y
eclesial, se necesita escuchar, discernir y vivir esta palabra que nos llama
desde lo alto, que nos hace instrumentos de salvación en el mundo y nos orienta
a la plena felicidad. Porque Dios viene de modo silencioso y discreto, sin
imponerse a nuestra libertad, se hace necesaria la escucha -en profundidad- de
su Palabra, y prestar atención a los detalles de nuestra vida diaria; aprender
a leer los acontecimientos con los ojos de la fe, y mantenerse abiertos a las
sorpresas del Espíritu. Dejar que el corazón se abra al soplo de la brisa
divina.
En la escucha de la Palabra, Jesús conoce el contenido de la misión que
el Padre le ha confiado. Se necesita discernir. Jesús al leer en la sinagoga de
Nazaret el pasaje del profeta Isaías discierne el contenido de la misión para
la que fue enviado y lo anuncia a los que esperan al Mesías: «El Espíritu del
Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los
pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a
poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc
4,18-19).
Del mismo modo, cada uno de nosotros puede descubrir su propia vocación
en el diálogo con el Señor y escuchando la voz del Espíritu. Toda vocación
cristiana siempre tiene una dimensión profética. Como un viento que levanta el
polvo, el profeta sacude la falsa tranquilidad de la conciencia que ha olvidado
la Palabra del Señor, discierne los acontecimientos a la luz de la promesa de
Dios y ayuda al pueblo a distinguir las señales de la aurora en las tinieblas
de la historia. Por último, vivir. Jesús anuncia la novedad del momento: el
tiempo se ha cumplido y el Mesías anunciado por Isaías es él. Precisamente «hoy
-afirma Jesús- se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oír». La alegría
del Evangelio, que nos abre al encuentro con Dios y con los hermanos, no puede
esperar nuestras lentitudes y desidias; no llega a nosotros si permanecemos con
la excusa de esperar un tiempo más adecuado; si no asumimos hoy mismo el riesgo
de hacer una elección.
¡La vocación es hoy! ¡La misión cristiana es para el
presente! Y cada uno de nosotros está llamado a convertirse en testigo del
Señor, aquí y ahora.
(Papa Francisco)
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