Sábado Santo… Era temprano y quería verte, aún sabiendo que
la puerta estaba cerrada, me imaginé dentro delante de Ti y empecé a hablar
Contigo.
Te pedí que aumentaras mi Fe; el grano de mostaza es tan pequeño que
me da hasta vergüenza. ¿Es que no puede ser algo mayor? Por favor Dios, haz que
crezca aunque sea un centímetro y si no, por lo menos que ese “grano” no
decaiga jamás en los momentos difíciles, que son los más temibles para una diminuta
Fe.
Para “sufrir feliz”, la Fe debe tener
un tamaño extraordinario, ¿por qué iba entonces a preocupar nada más de lo
debido? Todo cambiaría.
Los santos movían de lujo sus montañas,
lo que no quería decir que se libraran de la tortura, no no, es que su
felicidad no era pedir librarse, sino saber que de una forma real con Dios,
irían a un lugar pleno de amor y felicidad extrema.
Yo, pues como que me falta horrores
para llegar a ellos. ¡Fíjate Dios si soy melindre! que en cuanto me dicen que la
salud “cojea”… Se me pone una cara de berenjena en vinagre… Y eso que ni me
tocan, estoy pensando en Ti, en Pedro, en San Esteban en los sacerdotes y
monjas que murieron en la guerra civil…
He vuelto a casa y aunque no he podido
ir a ningún oficio solemne, mañana,
“cuando vuelvas de los infiernos”, de dejar nuestra iniquidad allí, Te veré
Resucitado en la Eucaristía para mi alma y mi vida.
Emma Díez Lobo
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