Normalmente confundimos los términos de “autoridad”
y “poder”. Decimos: esta persona es muy autoritaria, o tiene mucho poder. Y no
es lo mismo.
La palabra “autoridad”, procede del latín, como la
mayoría de las palabras españolas. Viene de “augere”, que significa: “hacer
crecer dentro de nosotros una palabra“.
El poder
se expresa por medio de sus consecuencias: se ha obtenido por una presión
militar o fuerza ajena a nosotros; otras veces son las urnas, en Democracia, quienes
otorgan ese poder legalmente constituido…en otras ocasiones, por efecto de la
situación laboral, hay quien ejerce el poder
por ostentar un cargo…En estas ocasiones, quien o quienes disponen de su
voluntad y la de los otros para conseguir un fin, ejercen “esa clase de poder”.
Jesucristo viene a poner las cosas en su sitio; son
palabras de Pilatos a Jesús: “¿A mí no me
hablas? ¿No sabes que tengo poder
para soltarte y poder para crucificarte?” Responde Jesús: “No tendrías contra
mí ningún poder si no se te hubiera
dado desde arriba…” (Jn 19,10-12)
He aquí un claro poder opresor de Pilatos, dueño de
vida y hacienda de sus súbditos. Pero Jesús le habla con autoridad: hace crecer en él una Palabra de Vida; el poder que
reclama le viene de Dios.
Desconocemos si esta enseñanza de Jesús a Pilatos
le llegaría a su corazón, pero es seguro que, desde entonces, ya no sería el
mismo; probablemente su poder, su orgullo, entrarían en una enorme duda. El
evangelio dice esta frase del Gobernador: “…Yo
no encuentro ningún delito en Él…” (Jn18,38)
Apuntamos otra ocasión que nos arroja luz para
entender la diferencia de ambos conceptos: Sucede que va un día Jesús a la
Sinagoga, y allí se encuentra un hombre poseído por el demonio. Jesús con su “autoridad”, echa fuera del cuerpo al
maligno ante el asombro de todos. La gente comentaba:”…Quién es este, y qué doctrina es la que trae: Una enseñanza nueva
expuesta con autoridad. Incluso
manda a los espíritus inmundos y le obedecen…” (Mc 1, 21-28).
Actuemos, pues, con autoridad cuando tengamos que
ejercer este derecho, sin olvidar que la Palabra (con mayúscula) que ha de
crecer en nosotros, sirva para arrojar la Luz que es Cristo y su Evangelio. El
que la recibe, sin saber, sin quizá, discernir, ni tomar conciencia, notará una
gran diferencia.
Alabado sea Jesucristo,
Tomas Cremades Moreno
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