sábado, 28 de abril de 2018
V Domingo de Pascua
La palabra de Dios continúa
recordando el mensaje pascual (hoy de labios de Pablo, primera lectura) e
invitándonos a profundizar en lo que significa que Cristo ha resucitado y nos
ha dado vida nueva (segunda lectura y especialmente Evangelio).
La alegoría de
la vid y los sarmientos quiere explicar la situación pascual de los bautizados,
íntimamente unidos a Cristo resucitado, cuya vida participan: entre Cristo
resucitado y los cristianos hay comunión de vida, lo mismo que los sarmientos,
unidos a la vida, comparten la savia vital que los alimenta, hace crecer y dar
fruto. Es fundamental para el bautizado mantener la unión con Cristo.
La vid es de Dios Padre, que la ha
plantado resucitando a Jesús y uniendo a él en calidad de sarmiento a toda persona
que cree y se bautiza. Dios Padre, como buen agricultor, cuida la vid para que
dé fruto abundante. Esto exige permanecer unido a Jesús, porque sin él no hay
vida ni crecimiento. Hay dos posibles situaciones del sarmiento, que permanezca
unido a la vid o que no permanezca unido. En el primer caso, crecerá y dará
fruto. Entonces el Padre lo podará con una intención positiva: para que dé más
fruto. La poda se refiere a la lucha propia de la vida cristiana, en la que hay
que superar las propias tendencias negativas y las contradicciones que nos
vienen de fuera. Todo ello debe servir
para fortalecer el amor y con ello la unión con Cristo. En el segundo caso, el
sarmiento se secará, se hace inútil y es echado al fuego.
La savia se compara a la palabra de Jesús,
que es manifestación de la voluntad del Padre. Estar unidos a Jesús significa
estar unidos a su voluntad de hacer siempre la voluntad del Padre. Es ésta la
que limpia a los discípulos cuando se recibe con humildad y acción de gracias.
Más adelante se explicita en qué consiste la palabra de Jesús: vivir en el
amor. Se trata del amor existente entre el Padre y Jesús. Jesús nos ama con
este amor y en este amor hemos de permanecer para dar fruto: Como el Padre me amó, yo también os he amado
a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis
en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en
su amor. Os he dicho esto, para que mi
gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado. (Jn 15,9-11).
La consecuencia
será compartir la alegría de Jesús, que a su vez comparte la alegría del Padre,
fuente del gozo. La alegría es fundamental en la vida humana. Todos la
necesitamos y buscamos, aunque con frecuencia en lugares equivocados. Jesús nos
ofrece el verdadero manantial, vivir unidos a él. A más unión con Jesús, más
alegría, hasta que al final compartamos plenamente su alegría. Por eso la obra
de Jesús se llama alegre noticia,
evangelio. Esta alegría debe estar presente en toda la vida cristiana, como
nos recuerda el papa Francisco en su encíclica La alegría del Evangelio.
La segunda lectura refuerza este
mensaje, ofreciendo enseñanzas sobre la vida nueva del que comparte la
resurrección de Jesús. Vida nueva es creer y amar; fe y amor son inseparables: Todo el que cree que Jesús es el Cristo ha
nacido de Dios; y todo el que ama a aquel que da el ser ama también al que ha
nacido de él. En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a
Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor a Dios: en que
guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados.
La Eucaristía es el medio privilegiado
que emplea el Padre para cuidar la vid; en ella nos invita a unirnos al
sacrificio de Jesús. En la medida en que lo hagamos recibiremos savia que nos
ayudará a dar frutos de vida eterna.
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