martes, 24 de abril de 2018

Curación de la suegra de Simón




El Evangelio de Lucas, también en Marcos y Mateo,  nos habla de la curación de la suegra de Simón-Pedro. (Lc 4,38-40) Se produce al comienzo de la vida pública de Jesús. Y nos sorprende un poco que sea una curación, diríamos, de algo leve, la fiebre que mantiene postrada en cama a la suegra de Simón, de la que ni tan siquiera se nos dice su nombre, cuando en el Evangelio se nos narran otras curaciones, de ciegos, paralíticos o difuntos, de mucho más valor de cara al que está meditando la Palabra de Dios.

Nos podemos preguntar: ¿Es tan importante, tan reveladora esta curación de la fiebre? ¿Es que los milagros de Jesús comenzaban poco a poco, primero los más sencillos, para luego ir progresando hacia otros de mayor entidad?

No es así. El poder de Dios no va por escalones o etapas, porque su Sabiduría es plena, no es adquirida por conocimiento o estudio, sino que es Atributo de Dios.
La fiebre nubla tanto nuestros sentidos, que no nos deja ni pensar. La cabeza parece que va a estallar, y, cuando sube de un cierto valor, como de 43ºC, el cerebro puede llegar a resentirse.

Esta fiebre, personificada en la suegra de Simón,  bien puede simbolizar el hedonismo del hombre que inunda sus sentidos hasta hacerle perder la noción de la realidad, del sin sentido de su vida. La suegra de Simón, representa aquí a toda la humanidad doliente. La humanidad que necesita el consuelo de Jesús para poder caminar, para poderse levantar, para poderle servir

Este episodio recuerda el de la mujer encorvada que se narra en (Lc 13, 10-17): “…Había allí una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años, estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse…”

Al igual que antes, esta mujer representa a toda la humanidad, que no puede enderezarse debido al peso de sus pecados, del poder del demonio, de ese espíritu inmundo que le atenaza.

La ingenuidad popular, no exenta de cierta dosis de maldad, se fija en este Evangelio de la suegra de Pedro, del tema, hoy en boga, del celibato de los sacerdotes, aduciendo que Pedro estaba casado. Lo cual tampoco se dice en el Evangelio, pues podría ser viudo. Pero es que, cuando Jesús eligió a sus Apóstoles, los eligió con las circunstancias de ese momento; y en ningún caso se dice que dejaran por voluntad propia o por imposición divina su vida en soltería o en matrimonio.

Pablo, como siempre, pone “luz y taquígrafos”: “…el casado se preocupa de las cosas del mundo, de cómo agradar a su mujer, está, por tanto, dividido. La mujer no casada, se preocupa de las cosas del Señor, igual que la doncella….El que se casa con su doncella, hace bien, y el que no se casa, mejor” (1 Cor, 32-40)

El texto es largo, y merece la pena detenerse en él. La maldad del demonio queda patente en querer filtrarse entre las personas inocentes para sembrar todo cúmulo de errores y dudas.

Estemos atentos, que la fiebre de placer, que el peso de una vida sin Dios, no nos mantenga encorvados, que no nos deje postrados en cama…que invoquemos a Dios, para que, por medio de su Hijo Jesucristo, elimine la fiebre de nuestro mal, de nuestra idolatría.

Tomas Cremades Moreno

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