jueves, 26 de abril de 2018

La palabra de Dios en la vida del enfermo (IV)





JACOB. LA ENFERMEDAD, COMO ACONTECIMIENTO DE LUCHA (Gn. 32, 23-32)

Como consecuencia de lo referido en los apartados anteriores en los que hemos planteado la enfermedad como acontecimiento de tentación y como ocasión para la fe, afirmamos en este punto que no es posible superar la tentación o alcanzar la fe sin que existe cierta lucha; a veces este combate es contra los espíritus del mal que viven en el mundo tenebroso (Ef. 6,12); y, en ocasiones, el combate es contra el mismo Dios. Puesto que a lo primero ya aludimos al hablar de Adán, me quiero detener ahora a la lucha con/contra Dios.

Cuenta el relato del Génesis que “era de noche cuando Jacob se levantó. Tomó a sus dos mujeres y a sus once hijos y cruzó el vado de Yabboq. Les tomó y les hizo pasar el río, e hizo pasar también todo lo que tenía. Y habiéndose quedado Jacob solo, estuvo luchando alguien con él hasta rayar el alba. Pero viendo que no le podía vencer, le tocó en la articulación femoral, y se dislocó el fémur de Jacob mientras luchaba con aquél. Éste le dijo: “Suéltame, que ha rayado el alba.” Jacob respondió: “No te suelto hasta que no me hayas bendecido.” Dijo el otro: “¿Cuál es tu nombre?” —”Jacob.”— “En adelante no te llamarás Jacob sino Israel; porque has sido fuerte contra Dios y contra los hombres, y le has vencido…”









Podríamos dedicar innumerables páginas a comentar este pasaje y la riqueza que encierra si lo interiorizamos y lo aplicamos a la lucha del enfermo con/contra Dios. Apuntemos, al menos, lo siguiente:

Era de noche…y Jacob quedó solo…Enfermedad es tiempo de noche, de oscuridad, de dificultad para ver, de no reconocer con claridad a Dios en ese acontecimiento de angustia y padecimiento; también es espacio de soledad. Ante la enfermedad y la muerte, el hombre queda solo con Dios. ¿De qué sirven ya “las muletas” en forma de dinero, de éxito, de trabajo, que le acompañaron en su juventud o en sus momentos de salud?

Y en la noche, estando solo, Jacob luchó contra Dios. También el hombre que enferma, que padece, que sufre, lucha contra Dios y se revela ante el hecho de perder temporal o definitivamente la salud y el bienestar del cuerpo. Ciertamente, esa lucha es contra Dios. Y el combate se prolonga hasta el alba, hasta que llega la aurora, hasta que desaparece esa noche oscura del alma, vencida por el sol de la resurrección de Cristo que se hace carne en el hombre.

Pasada la noche, Jacob ya no es Jacob; tras la lucha del enfermo contra Dios, aparece un hombre y un nombre nuevo: Israel. Es el hombre que ha conocido su debilidad, que acepta que su contrincante es más fuerte que él y que, como consecuencia de ello, cambia de estrategia en el combate. Sigue siendo débil pero ha descubierto un tesoro de sabiduría para su vida, como detalla S. Pablo: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (Flp. 4,13). En vez de luchar contra Dios, se alía con él, se convierte en Israel, que significa “fuerte con Dios”.




Ya no será más Jacob y, siendo Israel, el enfermo vencerá la enfermedad, vencerá la muerte como aquellos primeros cristianos y tantos mártires que caminaban hacia su final cantando, que sufrían padecimientos y torturas y no renegaban del nombre de Dios. Porque ya no eran ellos sino Cristo el que habitaba en su cuerpo (Gal. 2,20). Ya no eran más Jacob sino Israel, fuertes con Dios.

Raúl Gavín | Iglesia en Aragón /


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