viernes, 27 de abril de 2018

¡Habla Señor, que tu siervo escucha! (1S, 3; 1-10 Y 19,20)




¡Es hermosa esta oración! Procede de la contestación que el profeta Samuel da a Elí, sacerdote del Templo, ya anciano. El texto es el indicado y es muy recomendable leerlo y meditarlo para poder sacar todo el jugo de la catequesis.
Pero en esta ocasión, más que comentarlo, creo que es importante que “nos metamos en el cuadro”, si se me permite la metáfora. Podemos suponer que somos nosotros los que oímos la Voz de Yahvé-Dios. Enseguida diremos que nunca la hemos oído. Y seguramente será verdad. O no. Puede que nuestros oídos estén tan cerrados a la verdadera Voz, oída con los oídos del alma, que no seamos capaces de interpretarla.

Si te sirve de algo, a ti que lees esto, te invito a una gratificante experiencia:

Ve a la iglesia, la de tu barrio o la que sea, a una hora donde no haya culto, donde nadie te distraiga. Siéntate frente al Sagrario, y dile al Señor: ¡Habla Señor, que tu siervo escucha! Nada más. ¡Quédate esperando! Huye de las distracciones que te han de venir, de los agobios del día o los de mañana. No pienses en el mal que te aqueja o que te hicieron. Más bien dile al Señor que no eres capaz de perdonar al que te afrentó. Dile que te duelen tus pecados, pero que no te aplastan, porque Él está contigo y en Él confías.

Apaga el móvil; la experiencia puede durar poco o mucho, según te acomode. Y reza. A lo mejor no hay que rezar una oración tradicional del devocionario. Quizá esto te llevará a la rutina en ese momento. Quizá el Señor desee que hable tu corazón. Yo creo que es bueno comenzar por rezar el “Señor mío Jesucristo”, para pedir perdón de nuestras faltas y “conectar” con Él.

Se me ocurre que se puede decir: Señor, no sé a qué vengo. Me dijeron que era bueno venir porque me hablarías, y estoy convencido de que no va a ser así. Pero vengo porque me aplastan los acontecimientos de mi vida y no tengo paz interior. Y ningún psicólogo del mundo, - los he probado-, me puede entender porque ni yo me entiendo. Te voy a decir el tópico: Nadie me entiende.

Y te voy a decir otro: nadie me quiere. Y te voy a decir más: Algo dentro de mí me dice que solo tú me quieres como soy, que no tengo que cambiar, porque tú cambiarás mi vida. Conoces mi barro. Me sondeas y me conoces, me conoces cuando me acuesto y cuando me levanto. (Sal 139)

Y es que cuando me acuesto, en el lenguaje de la Escritura, es cuando estoy en pecado, cuando mis ojos no te ven y mis oídos no te oyen. Me refiero a los sentidos del alma; quizá no te hayas dado cuenta que el alma tiene sentidos como los del cuerpo, pero sin educar…por eso no los sientes.

Por el contario, cuando me levanto, es cuando mi alma toma la postura de estar en pie, la postura del Resucitado.

No esperes que Dios te hable como hablamos los hombres; Dios nos habla con los acontecimientos de la vida. Pero es importante repetir y repetir las visitas, y hablar en voz que te puedas oír. Por eso es bueno que no haya nadie a tu alrededor. Poco a poco verás que tu vida va cambiando. Quizá no tan deprisa como quieres…Dios, Eterno Presente, tiene unos parámetros distintos a los nuestros.

Y repetir siempre: ¡habla Señor, que tu siervo escucha!

Alabado sea Jesucristo

Tomas Cremades Moreno

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