sábado, 4 de agosto de 2018

XVIII Domingo del Tiempo Ordinario




La fe en la persona de Cristo sacia existencialmente


El relato evangélico es continuación del signo de los panes. Un grupo numeroso de personas se ha beneficiado del signo de los panes, aunque no han entendido su sentido. Vienen en busca de Jesús de forma interesada y errónea, no porque es el enviado de Dios que enseña el camino de la vida, sino porque ven en él el rey carismático que les puede dar pan barato y seguridad, solucionando sus problemas humanos.

Jesús desenmascara este tipo de búsqueda y les invita a buscar en él algo mucho mejor, no el alimento que perece sino el que permanece para siempre. Le preguntan en seguida: ¿qué tenemos que hacer? La respuesta de Jesús es fundamental: Dejaros hacer, es decir, creer en él como enviado de Dios Padre, entregarse a él y dejarse transformar por él. La pregunta deja entrever una mentalidad farisea del que “compra” la salvación. La respuesta de Jesús la contradice, pues creer es precisamente reconocer la propia pobreza y hacerse fuerte en Dios, de acuerdo con el sentido etimológico de “creer” (heemin).

A los interlocutores les parece muy fuerte la propuesta de Jesús y por ello piden un signo, aludiendo al maná. No les basta el signo de los panes de que han sido testigos y han malinterpretado. Entonces Jesús da un paso más y se presenta como el verdadero maná dado por Dios y que alimenta a su pueblo.
Jesús nos invita hoy a renovar nuestra fe en él como el verdadero alimento para cruzar el desierto camino de la patria; él solo puede saciar nuestra vida. Realmente el cristiano es el que por el bautismo está injertado en Cristo, compartiendo su vida y su proceso pascual con una vida consagrada al amor del Padre y de los hermanos. Esto implica conocerlo cada vez mejor para imitarlo cada vez más de cerca.

La persona tiene necesidades materiales y espirituales, pues Dios lo ha creado con apertura a la trascendencia, con hambre de infinito. Esta hambre solo la sacia Jesús, dando así sentido a la vida. Desgraciadamente no pocos cristianos no lo perciben así y esto es grave, porque no encuentran sentido a la vida cristiana. Esto exige, primero, rectificar la idea que se tiene de Jesús: no es el tapagujeros que me resuelve los problemas materiales  ni el que proporciona ratos de sentimentalismo religioso, al contrario, ser creyente implica a veces tener más problemas y la vida cristiana normalmente se vive en la oscuridad de la fe, sin que abunden los sentimentalismos. Por otra parte, implica relativizar las satisfacciones materiales, como el afán por tener, por gozar los bienes materiales, por el sexo… todo esto puede quitar el hambre por lo trascendente, que es lo que ofrece Jesús y lo que da la verdadera felicidad y así alimenta a la persona.

La Eucaristía es celebración de la fe o entrega a Cristo. En ella nos unimos a su muerte y resurrección y nos alimenta para seguir viviendo una vida con plenitud de sentido.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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