Otra
parábola (Mt 22, 1-14) dirigida a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo,
responsables y tesoreros de la guarda y custodia de la religiosidad de Israel. En
este contexto se muestra mediante la
alegoría del banquete la alianza de Dios Padre con la humanidad. Una primera y
segunda invitación de los siervos del rey (profetas y el propio hijo) al pueblo
de Israel y ante la negativa, desprecio y maltrato de estos hay una invitación
universal (los gentiles, nosotros): los
criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y
buenos.
Está claro
que la invitación última al banquete está referida a todos nosotros ‒buenos y
malos‒, es la invitación a la Eucaristía, pero no solo a esta,
sino al banquete del amor a Dios y al prójimo y a todo signo de religiosidad
profunda. Nos invita al banquete celestial de la vida eterna. En este caso
también hay rechazo, si no tan directo y trágico como aquel que llegaron hasta
matar al novio, sí que recibe por nuestra parte una cierta indiferencia,
posponemos la religiosidad poco a poco en la actualidad. Como aquel pueblo de
Israel seguimos haciendo una diferenciación entre lo importante y lo inmediato
y urgente. En esta dicotomía nos inclinamos por lo urgente con un claro
abandono y postergación de lo más importante. Ponemos más interés en las cosas
de esta vida, ‒también importantes y necesarias para el día a día‒, que en
lo sustancial y trascendente: la otra vida. Vivimos en una época en la que todo
es correr; corremos acelerada y vertiginosamente para que nos dé tiempo a
terminar el excesivo cúmulo de obligaciones que nos hemos impuesto y posponemos
para otro momento la tranquilidad de espíritu y el sosiego tan necesarios para
la reflexión y meditación de la vida espiritual.
Ya en la
niñez los padres agobian a los niños con las actividades extraescolares,
infundiéndoles ansiedad y desasosiego en vez tranquilidad, tan importante esta
para el desarrollo de valores y virtudes, esenciales para fundamentar la futura
vida espiritual. En la juventud por la inconsciencia, la vorágine propia de la
edad nos lleva a creernos que nos comemos el mundo; todo tiene que ser
inmediatez con la falta de tiempo para la reflexión; los estudios o la busca de
ese primer trabajo no dejan tiempo para el Señor. Después la vida de casado con
todas las responsabilidades que acarrea; las responsabilidades familiares, la
casa, los hijos, la vida laboral, el abarcar más de lo que puedes… te arrastran
a un vivir tan rápido que casi siempre falta tiempo para lo importante. Entonces
lo posponemos para cuando nos jubilemos que tendremos todo el tiempo del mundo
y cuando llega esta ya estás cansado y no tienes ganas de nada o vienen las
obligaciones para el cuidado de los nietos, tienes que echarle una mano a los
hijos para que puedan seguir esa misma cadena y forma de vivir que los humanos
de este siglo nos hemos impuesto.
Esta es mi
visión actualizada de la parábola. En cada época de la historia respecto a la
relación del hombre con Dios hay una forma y manera específica para rechazar la
invitación al banquete. La actualización de la parábola a nuestras
circunstancias y época es que atendemos a lo urgente para postergar lo
importante y hemos intercambiado el significado verbal de “rechazar” por el de
“posponer”, para el caso que tratamos los hemos igualado como sinónimos por la
vía de los hechos.
Pedro José
Martínez Caparrós
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