martes, 14 de agosto de 2018

Asunción de la Santísima Virgen



 María, madre de la esperanza

En medio del descanso veraniego, esta fiesta de la Virgen nos recuerda que existe un verdadero descanso, pleno y eterno, que Dios tiene destinado a los que le aman. Jesús nos abrió el camino y nos capacitó para gozarlo, María, su madre, es la primera que lo ha conseguido plenamente. Ella, como madre y modelo, nos recuerda el camino y nos ayuda para conseguirlo. Por ello es madre de nuestra esperanza.

Dios nos ha creado y destinado a participar plenamente de su felicidad, pero ¿cómo conseguirlo? El camino abierto por Jesús para conseguirlo y llegar a Dios es el amor total. Y es lógico, porque si Dios es amor, el único camino para llegar a él es el amor. Ya se había anunciado en el Antiguo Testamento: Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, toda tu alma...  (Dt 6,5), pero la humanidad, debilitada por el pecado original, era incapaz de recorrer este camino de amor total. Por ello el Hijo de Dios se hizo hombre y recorrió el camino en nombre de todos nosotros. Su humanidad fue la primera que goza del descanso creado por el Padre. Imitando sus huellas, cada uno de nosotros somos capaces de llegar también a él (segunda lectura).

Pero hay un orden de llegada (segunda lectura) y este está determinado por el amor. Hoy celebramos que María, el ser humano que amó más después de Jesús, fue la que la siguió en compartir la glorificación.

El Evangelio ofrece pistas sobre la forma concreta del amor de María: la fe, la alabanza divina y el servicio. Cuando se entera de la situación de su prima, va “a prisa” a servirla y con ella estuvo hasta el momento en que dio a luz. Su prima alaba su fe, porque ha creído que se realizará todo lo que ha dicho la palabra de Dios y ella retorna la alabanza a Dios, el Dios revolucionario que transforma la virginidad en fecundidad, la pobreza en riqueza y la humillación en realeza (Magnificat).

La primera lectura presenta la vocación de la humanidad, participar la gloria de Dios. La mujer glorificada, adornada con atributos cósmicos –la luna a sus pies, el sol como vestido, las estrellas como corona-  es la Iglesia del Antiguo y Nuevo Testamento, que da a luz al Salvador y es protegida y salvada por Dios. De ella forma parte María, que es el miembro privilegiado que dio a luz al Salvador.
En la Eucaristía la Iglesia realiza de forma especial su tarea de dar a luz a Jesús en nuestro tiempo para salvación de todos los hombres, alimentándonos para que, unidos a él, actualicemos su vida consagrada al amor y así podamos también compartir su resurrección. En ella recordamos a María y a toda la Iglesia triunfante, pidiendo su intercesión.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona



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