O bien las personas somos hoy más frágiles
o el mundo que vivimos es más inhóspito. Hay demasiada presión sobre el
individuo como para que la vida no resulte más incierta. Las causas son muchas
y ninguna explica totalmente la situación: es evidente que la precariedad
laboral o el desempleo no ayudan a la estabilidad de las personas y las
familias, pero también es innegable que la cultura del consumo, el presentismo
y el individualismo determinan notablemente los sentimientos, las actuaciones y
aspiraciones de todos. El fuerte cambio de valores y la actual situación
sociocultural están generando una grave soledad en el sujeto que se convierte
en un superviviente de un mundo difícil. Está solo, como un náufrago, rodeado
de otras soledades.
La escalada de fracasos de todo tipo (familiares, laborales, profesionales, escolares...) no puede pasarnos inadvertida. Curiosamente, cuando el mundo tiene más medios se diluyen los fines. Así es más difícil vivir. En cualquier caso estamos invitados a poner manos a la obra para mejorar no solo la calidad de vida, sino la ilusión por vivir. Tenemos que recuperar fuerza para afrontar la existencia y redescubrir los auténticos valores que dan (buen) sentido a la vida. Nuestra vida está interrelacionada; ni estamos solos, ni podemos estarlo. Cada mañana se abre ante nosotros el buen camino del vivir, ¿sabremos transitar por él? En la necesaria búsqueda de seguridades hemos llenado nuestro equipaje de cosas y hemos desechado los auténticos valores indispensables para recorrer la existencia.
La Biblia es una auténtica guía de peregrinos que nos puede orientar hoy. Son siglos de historia recogidos en infinidad de experiencias reflexionadas desde la sabiduría creyente. Es una buena enseñanza para los tiempos de dificultad. En ella encontramos historias de sufrimiento y decepción, tanto individuales como colectivas. Son realidades duras, imprevistas, no deseadas... por las que todos pasamos. Son los caminos oscuros de la vida. En medio de esas dificultades, el mensaje es claro: Dios camina a nuestro lado, aunque no lo veamos, aunque no le escuchemos, aunque no lo sintamos. Vengan bien o mal dadas, con aplausos o abucheos, en tiempo de lágrimas o de risas... el Señor está cerca. Su compañía no determina el éxito o el fracaso, pero sí nuestra experiencia. Él no es un seguro contra la adversidad, sino un buen amigo que está al lado y acompaña, a pesar de los problemas. La riqueza del creyente es reconocer a Dios que se hace presente en nuestra vida. Ahora bien, para poder reconocerlo es importante pararnos, respirar, escuchar y sentir; solo así descubriremos su discreta y absoluta presencia.
Santiago Aparicio
No hay comentarios:
Publicar un comentario