Un fruto muy
claro de la gracia, es pedir perdón. Las vestiduras blancas no son refractarias
al pecado. Así somos los hombres. Traemos una herencia que no nos deja limpios
mucho tiempo. Son como 'tics' de comportamientos interiores, rutinas
anteriores, que se ven mejor justo en la comparanza con la gracia de pascua.
Los contrastes aportan un poco de consuelo, con su viceversa. Uno solo conoce
lo blanco, cuando ve lo negro, descubre lo sucio, cuando ve lo limpio, y
mensura el pecado, cuando ve la enormidad de gracia que se nos da en la cruz.
Ante tu humildad, Jesús crucificado, uno conoce su soberbia; ante tu sencillez,
uno ve su complejidad, que dificulta la simpleza del amor; ante tu dolor, se
descubre todo el dolor de la humanidad de todos los tiempos. Solo viendo tus
ojos de luz sobre los hombres, uno descubre que no sabemos mirarnos unos a
otros con limpieza, sin juicio, sin condena. Y así no podemos amarnos como tú
nos amas. Nuestro sufrir, queda escondido en la ignorancia del hermano.
Un sentido
enriquecedor del "perdónanos" que elevamos al Padre nuestro, en la
oración maestra, no sería solo el comparativo: "como nosotros
perdonamos", sino el fundamental: "perdónanos para que aprendamos a
perdonar". La parábola del rey que perdonó a un gran deudor, y luego lo
castigó por no perdonar a su vez una deudilla, fundamentaría ese sentido.
Le pedimos
el pan de cada día, sin alegar que lo vamos a compartir, sino porque tenemos
hambre. ¿Y el perdón lo pedimos condicionado a "como nosotros
perdonamos"? ¡Mal negocio pedimos! Quizá un sentido de nuestra oración sería:
"danos el pan, que vamos a compartir, como nos enseñó tu Hijo, y perdónanos
para que aprendamos a perdonar como Él perdonó". Incluso cuando nos maten,
nos crucifiquen, nos insulten, y nos pregunten "de qué vamos nosotros los
cristianos"...!
Quizás la
gran sabiduría sea descubrir que lo esencial no es el pan, ni el perdón
siquiera, sino el llegar a comprender y compartir. Por eso es Padre nuestro, Señor
nuestro, pan nuestro, y pecados nuestros, nuestra iglesia y nuestra Pascua
inmolada, nuestro Espíritu Santo.
Manuel
Requena
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