miércoles, 16 de septiembre de 2020

Todavía a vueltas con la pandemia

 

Estamos aun padeciendo la pandemia del Covid-19, que irrumpió a principios de marzo de manera abrupta, causando estragos en vidas humanas, comunicación social, limitaciones laborales, confinamiento en las casas y lugares de residencia. Los más débiles por el paso de los años o por previas enfermedades padecieron particularmente el contagio. Desde entonces nuestra vida personal y familiar, laboral y pastoral, está seriamente condicionada por la pandemia. Estamos cansados de su presencia e influjo. Hablando cristianamente podemos decir que es una cruz pesada, prolongada y destructiva. No está en nuestras manos sacudirla como un insecto molesto ni eliminarla del camino como un obstáculo que nos hace tropezar. Estamos bajo su influjo, del que no podemos evadirnos. No sirve de nada, más bien hace más insoportable la carga, ponernos nerviosos y acusarnos unos a otros. ¡Pongámonos todos bajo la providencia de Dios cuyos designios son inescrutables! “Confía en el Señor, sé valiente y Él actuará”. Después de rezar el “Padre nuestro” en la Eucaristía, prosigue el Sacerdote: “Líbranos, Señor, de todos los males”, también del mal presente y peligroso de la pandemia. La confianza en Dios y la oración no son alternativa ni excluyen la actuación responsable que todos debemos asumir. Por la oración se pone el hombre como creyente ante Dios para descargar sus inquietudes, serenar su corazón y renovar las fuerzas sin desfallecer en las pruebas, ni desistir de sus esfuerzos y perder la esperanza.

La pandemia, que tanto se prolonga, que recorta nuestras actividades y proyectos, gravita sobre la humanidad entera. Antes o después, con mayor o menor virulencia, afecta a todos. Por eso, todos debemos aportar nuestra colaboración para superarla. Saldremos de ella con la aportación de todos y cada uno, de cada persona y de cada institución. Quienes presiden la sociedad, las autoridades sanitarias y otras, deben prestar servicio a la sociedad suscitando la participación y decidiendo con normas para actuar y con oportunas recomendaciones. Pueden y deben los constituidos legítimamente en autoridad cumplir esa responsabilidad porque poseen la información, el asesoramiento y la capacidad jurídica para custodiar el bien común. Es preciosa la colaboración de investigadores con sus tanteos, experimentos, hallazgos y pruebas para vencer el coronavirus y despejar incertidumbres de la humanidad. También es importante la relación de unos países con otros para comunicarse experiencias; el que formemos parte de un área social y cultural amplia, como es Europa, con sus instrumentos y posibilidades es una ayuda valiosa. La colaboración de las autoridades estatales, autonómicas y locales tranquiliza a todos y lo contrario irrita. La actuación disciplinada de los ciudadanos es insustituible para esa aspiración tan anhelada alcanzar esta ingente tarea.

La distribución justa y equitativa de cargas, costes, empobrecimientos y limitaciones forma parte de esta lucha contra un enemigo poderosísimo. ¡Que la pandemia no ahonde la brecha entre pobres y ricos! Los medios de comunicación de que dispone hoy una sociedad avanzada y democrática como la nuestra impiden el ocultamiento; al contrario, la transparencia es un signo de respeto que suscita colaboración. La comparación con lo que hacen otros Estados del entorno suministra información que favorece los aciertos y evita las equivocaciones. La pandemia, que es global, exige colaboración de todos según las diversas posibilidades y responsabilidad. Es una oportunidad para crecer en solidaridad y para ejercitar la corresponsabilidad. Solo unidos podemos salir de esta pesadumbre.

Produce tristeza y desaliento contrastar cómo en ocasiones hay más reproches que manos tendidas a la ayuda. Cabe la crítica fundada, razonada y convenientemente comunicada; las desacreditaciones personales, en cambio, no son argumentos, predisponen al rechazo, impiden la unidad en la tarea que a todos incumbe. Los insultos son indicio de la debilidad de las razones y de la inseguridad personal. ¡Fuera pendencias, cuando hay tanto que padecer juntos y que reconstruir unidos!


De cara al futuro nunca tenemos seguridad plena ni el riesgo es nulo. A la vida humana personal y social aguardan sorpresas en un sentido y en otro, o gratas o desagradables. Forma parte de la trama de la existencia el convivir con peligros. No somos señores del futuro. Existen numerosos factores que nos hacen vulnerables, que nos exponen al riesgo. Desde esta perspectiva pido a los sacerdotes, religiosos y laicos que afrontemos las tareas pastorales con decisión y confianza. La incertidumbre no es motivo para la paralización. En la acción pastoral hay actividades que pueden ser realizadas “virtualmente”, pero la comunicación “presencial” es más elocuente.

Ante este tiempo, condicionado seriamente por la pandemia, invito a todos a vivir humildemente ante Dios, a no “confinarnos” por miedo en nuestro pequeño mundo, a actuar serenamente, a dedicar el tiempo disponible a lo fundamental, a compartir con otras personas experiencias y esperanzas.

El Padre Bernardo de Hoyos murió el día 29 de noviembre 1735, con apenas 24 años, víctima de una epidemia de tifus, que había invadido la ciudad de Valladolid.  ¡Que el Beato Bernardo interceda por nosotros!

+ Cardenal Ricardo Blázquez

Arzobispo de Valladolid

 

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