Hay
varios retos que hemos de afrontar en este tiempo nada fácil. El primero: EN
QUÉ CREEMOS. La fe católica se fundamenta en la Palabra de Dios
y en el Magisterio de la Iglesia. A través de los siglos se ha ido formulando
el CREDO que todos los domingos rezamos al asistir a Misa. Una joven me
preguntaba en una ocasión: “¿Cómo puedo decir a mis amigos, que son ‘no
creyentes’, en lo que creo?” A lo que le respondí: “Recítales el Credo”. Y este
es un reto porque la fe no se inventa sino que se fundamenta en aquellos que
son los artículos esenciales de la fe y que se expresan en el Credo. Con
sencillez pero con ardor evangélico muchas veces tendremos que anunciar nuestra
fe que hemos recibido como un don para también donarla a los demás sin miedo y
con generosidad. “Surgirán muchos falsos profetas y seducirán a muchos. Y, al
desbordarse la iniquidad, se enfriará la caridad de muchos. Pero el que
persevere hasta el fin, ése se salvará. Y se predicará este evangelio del Reino
en todo el mundo en testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin”
(Mt 24, 11-13). Jesucristo desvela, con estas palabras, un programa
esperanzador para el cristiano: el fin del mundo no es una sucesión de
catástrofes, sino un acontecimiento salvador; el evangelio que alcanza al mundo
entero. Y con su enseñanza el Señor nos indica también que nuestra actitud debe
ser perseverar en medio de las dificultades. La fe que anunciemos con palabras
y obras será una luz que nadie podrá apagar.
Un
segundo reto: PORTADORES Y TESTIGOS DE ESPERANZA. Los
pesimismos, las angustias existenciales, los problemas y las dificultades
siempre estarán entre nosotros. La esperanza según Aristóteles “Es el sueño de
un hombre despierto”. Es tener la mirada puesta en la cima cuando se camina.
“Es una virtud obligatoria para todo cristiano que nace de la confianza en tres
verdades: Dios es todopoderoso, Dios me ama inmensamente y Dios es fiel a las
promesas” (Juan Pablo I). No cabe duda que hoy se tiende a mirar las realidades
humanas desde lo material y desde lo visible e incluso se afirma que esta es la
auténtica libertad. Una persona sin esperanza se ve agobiada por la vida si
ésta se realiza, se envuelve y se proyecta en lo material. De ahí que hoy se
requiere retar a la vida mirando con la certeza que Dios cumple sus promesas.
Abrahán “creía firmemente en la esperanza contra toda esperanza” (Cfr. Rm
4,18). Así lo sentía San Juan Pablo II afirmando que la virtud teologal de la
esperanza, por una parte, impulsa al cristiano a no perder de vista la meta
final que da sentido y valor a toda su existencia y, por otra, le ofrece
motivaciones sólidas y profundas para su compromiso cotidiano en la
transformación de la realidad para hacerla conforme al plan de Dios. La
esperanza es una victoria que no evita el dolor, sufrimiento y muerte; abre un
camino hacia la realidad más auténtica y es que Cristo ha Resucitado y apuesta
por la humanidad.
Un tercer
reto: CUSTODIOS DEL AMOR. La fuerza de la Caridad es tal
que transforma nuestras seguridades egoístas en paz, gozo, alegría. Nadie hay
más feliz que el que ama. Desde el Bautismo hemos recibido este gran regalo. “Y
nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y
el que permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 16).
Siempre que he leído este texto me he dado cuenta que me queda mucho camino por
recorrer. Un día fui a visitar una madre que había perdido un hijo en accidente
de helicóptero y ella me dijo: “Mi hijo de veinte años se fue a tierras lejanas
como militar para defender a un pueblo oprimido por el terrorismo. Y mi hijo
antes de despedirme me pidió que si un día moría que ni llorara ni tuviera pena
puesto que él iba para entregarse y ayudar por la paz de este pueblo”. Era un
joven cristiano y había entendido que amar es entrega como dice Jesús: “Nadie
tiene amor más grande que el de dar uno la vida” (Jn 15, 13). El amor además de
entrega es misericordia, es restaurar los conflictos hacia la paz, es
considerar al prójimo nuestro hermano. Dios es amor y de la fuente de este amor
hemos sido creados a su imagen.
+ Francisco Pérez González
Arzobispo de Pamplona y Obispo de Tudela
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