crecer en la fe.
En los primeros siglos el catecumenado de las
iglesias de Roma y de Milán incluía un rito en el que, en un determinado
momento del proceso, se realizaba un exorcismo al catecúmeno; en él, imitando
el relato del evangelio de hoy, se tocaba con saliva la oreja y se decía la
palabra effetá, ábrete. Se trataba de
pedir a Dios que liberara al bautizando de los demonios que impiden oír la
palabra de Dios y lo capacitara para proclamar y confesar esta palabra. Como resto de este antiguo rito en el nuevo
ritual del bautismo solo ha quedado la unción en el pecho con el óleo de
catecúmenos y una oración en que se pide librar del dominio de Satanás.
Esta praxis litúrgica antigua interpretaba
correctamente el relato de Marcos. En él se presenta a Jesús misionando en territorio
pagano y curando mediante un exorcismo a un sordo mudo. Una aclamación final,
con dos citas del AT, explican el sentido de esta curación: Todo lo ha hecho bien es una cita de Gén
1,31, que se refiere al final de la creación. Con ello se quiere decir que
Jesús está realizando una nueva creación, de la que forma parte esta curación;
la otra cita está tomada de Isaías 35,4-7 (recordado en la primera lectura) que
anuncia la futura actividad creadora del Mesías. En esta curación física de un
pagano, Marcos sugiere cómo Jesús va abriendo poco a poco los oídos de sus
discípulos hasta que lleguen a reconocerlo y alabarlo (salmo responsorial) como
Mesías.
En el contexto de la celebración eucarística, el
relato invita al creyente a agradecer el don de la fe y a cooperar con él. La
fe es un don de Dios, pero requiere condiciones previas, y una vez recibida, un
cultivo adecuado para que crezca. Hoy
día la mayoría de los bautizados han recibido el bautismo de pequeños y con
pocos años hicieron la primera comunión después de una más o menos adecuada
preparación. Desgraciadamente muchos se han quedado con esta iniciación
cristiana. Un adulto no puede vivir su fe “con el traje de primera comunión”.
El don de la fe exige cooperar para que no se pierda
y crezca. Esto exige, por una parte, pedir la gracia de la perseverancia y de
la humildad, excluyendo todo tipo de autosuficiencias, intelectuales y morales;
por otra, conocer mejor la fe. De aquí
la necesidad de una catequesis catecumenal de adultos, que ayude a conocer y vivir la fe. Como en todo proceso catecumenal, no se trata sólo de conocer, cosa necesaria, sino de
compromisos que ayuden a vivir lo
conocido, pues la fe cristiana no es
una teoría sino una vida. Para ello contamos con buenos medios, como el Catecismo
de la Iglesia Católica, una obra que merece mejor acogida que la que se le está
dispensando, y, en la medida de lo posible, una aproximación a los documentos
del Vaticano II.
La Eucaristía es celebración de la fe: Este es el misterio de nuestra fe. La presupone, la celebra y la
alimenta.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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