sábado, 1 de septiembre de 2018

XXII Domingo del Tiempo Ordinario





la palabra de dios al servicio del reino de DIOS Y del bien del hombre

Las diversas lecturas coinciden en hablar de la Palabra de Dios. En la primera se la presenta como una presencia especial de Dios y se ordena respetarla, no deformarla ni añadirle nada extraño, y llevarla a la práctica; igualmente en la segunda se afirma el carácter dinámico de la palabra, por medio de la cual Dios nos ha dado una vida nueva, nos da normas para vivir de forma acorde con esta vida y urge la necesidad de practicarlas; finalmente en el evangelio Jesús ofrece criterios para su interpretación correcta.

La Biblia es un testigo especial de la Palabra de Dios. Pero este libro es fruto de muchos autores que escribieron a lo largo de diez siglos empleando una cultura y lengua distintas de la nuestra; por ello es un libro necesitado de interpretación para captar todo lo que Dios nos quiere decir aquí y ahora. Por otra parte, algunos preceptos son generales y necesitan interpretación para aplicarlos a situaciones concretas. Todo esto dio lugar en el pueblo judío a la Ley Oral o Tradición de los padres, que consistía en una serie de normas concretas de actualización que se transmitían oralmente de padres a hijos. Esta Ley oral recogía los puntos de vista de escribas importantes (“los padres”) que a lo largo del tiempo habían manifestado sus opiniones autorizadas a las que se les dio carácter normativo. Con el tiempo muchos de ellos se recogieron en la Misná, libro importante del judaísmo actual. En estas interpretaciones hay de todo, algunas correctas y fieles a la Palabra de Dios y otras no tanto. Todo depende de los principios de actualización que se usan, principios que se pueden resumir en gloria de Dios y amor al prójimo o en intereses egoístas.

El Evangelio recuerda un conflicto que se produjo debido a la Tradición de los padres. Un grupo de fariseos y de escribas, especialistas en la Ley, critican a los discípulos de Jesús porque no se lavan las manos antes de comer. No se trataba de un lavatorio higiénico sino de tipo religioso. Los sacerdotes se lavaban las manos antes de orar para purificarse de toda impureza legal y muchos fariseos y escribas imitaban esta costumbre no solo antes de orar sino también antes de comer y presentaban esta costumbre como propia de las personas piadosas. Por eso critican que no lo hagan los discípulos de Jesús, que es lo mismo que criticar a Jesús, que según ellos se quiere hacer pasar como maestro religioso.

Esto da pie a Jesús para criticar esta praxis y otras normas de la Tradición de los padres, que no responden a una auténtica piedad, pues no se inspiran en la gloria de Dios y el amor al prójimo sino en los intereses egoístas humanos. En concreto, todo hombre está obligado al 4º mandamiento que manda cuidar de los padres ancianos y necesitados. Pero, ¿qué hacer si un hijo ha hecho voto de dar al templo el dinero de que dispone y a la vez se encuentra con unos padres necesitados? Una sentencia recogida en la Tradición de los Padres dispone que en este caso hay que dar el dinero al templo, que tiene preferencia a los padres. Jesús critica la solución porque está inspirada en la avaricia de los sacerdotes responsables del templo y no en el amor a los padres, mandado por Dios. Igualmente critica la costumbre de lavarse las manos para que la comida sea agradable a Dios, pues lo que hace agradable o desagradable a Dios no es lo que entra al estómago sino lo que sale del corazón.

La Palabra de Dios es uno de los tesoros que nos ha regalado Dios, que no sólo nos da vida nueva sino además nos dice cómo tenemos que colaborar con ella. Hay que tomar conciencia de la necesidad de conocerla, practicarla, e interpretarla correctamente, evitando interpretaciones egoístas que la deformen. Es un peligro que siempre ronda a los cristianos el hacer lecturas selectivas de aquello que nos gusta, desechando o malinterpretando lo que nos molesta. Hay que leer con un corazón sincero, pronto a escuchar todo lo que nos diga el Señor, y dentro del sentir de la Iglesia, a quien Dios ha confiado su Palabra y su auténtica interpretación.

En cada celebración de la Eucaristía se proclama la palabra de Dios recordándonos las disposiciones con que tenemos que recibir a Jesús y, unidos a él, ofrecernos al Padre.

Dr. Antonio Rodríguez Carmona


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