la palabra de dios al servicio del reino de DIOS Y
del bien del hombre
Las diversas lecturas coinciden en hablar de la
Palabra de Dios. En la primera se la presenta como una presencia especial de
Dios y se ordena respetarla, no deformarla ni añadirle nada extraño, y llevarla
a la práctica; igualmente en la segunda se afirma el carácter dinámico de la
palabra, por medio de la cual Dios nos ha dado una vida nueva, nos da normas
para vivir de forma acorde con esta vida y urge la necesidad de practicarlas;
finalmente en el evangelio Jesús ofrece criterios para su interpretación
correcta.
La Biblia es un testigo especial de la Palabra de
Dios. Pero este libro es fruto de muchos autores que escribieron a lo largo de
diez siglos empleando una cultura y lengua distintas de la nuestra; por ello es
un libro necesitado de interpretación para captar todo lo que Dios nos quiere
decir aquí y ahora. Por otra parte, algunos preceptos son generales y necesitan
interpretación para aplicarlos a situaciones concretas. Todo esto dio lugar en
el pueblo judío a la Ley Oral o Tradición de los padres, que consistía en una
serie de normas concretas de actualización que se transmitían oralmente de
padres a hijos. Esta Ley oral recogía los puntos de vista de escribas
importantes (“los padres”) que a lo largo del tiempo habían manifestado sus
opiniones autorizadas a las que se les dio carácter normativo. Con el tiempo
muchos de ellos se recogieron en la Misná, libro importante del judaísmo actual.
En estas interpretaciones hay de todo, algunas correctas y fieles a la Palabra
de Dios y otras no tanto. Todo depende de los principios de actualización que
se usan, principios que se pueden resumir en gloria de Dios y amor al prójimo o
en intereses egoístas.
El Evangelio recuerda un conflicto que se produjo
debido a la Tradición de los padres. Un grupo de fariseos y de escribas,
especialistas en la Ley, critican a los discípulos de Jesús porque no se lavan
las manos antes de comer. No se trataba de un lavatorio higiénico sino de tipo
religioso. Los sacerdotes se lavaban las manos antes de orar para purificarse
de toda impureza legal y muchos fariseos y escribas imitaban esta costumbre no
solo antes de orar sino también antes de comer y presentaban esta costumbre
como propia de las personas piadosas. Por eso critican que no lo hagan los
discípulos de Jesús, que es lo mismo que criticar a Jesús, que según ellos se
quiere hacer pasar como maestro religioso.
Esto da pie a Jesús para criticar esta praxis y otras
normas de la Tradición de los padres, que no responden a una auténtica piedad,
pues no se inspiran en la gloria de Dios y el amor al prójimo sino en los
intereses egoístas humanos. En concreto, todo hombre está obligado al 4º
mandamiento que manda cuidar de los padres ancianos y necesitados. Pero, ¿qué
hacer si un hijo ha hecho voto de dar al templo el dinero de que dispone y a la
vez se encuentra con unos padres necesitados? Una sentencia recogida en la
Tradición de los Padres dispone que en este caso hay que dar el dinero al
templo, que tiene preferencia a los padres. Jesús critica la solución porque
está inspirada en la avaricia de los sacerdotes responsables del templo y no en
el amor a los padres, mandado por Dios. Igualmente critica la costumbre de
lavarse las manos para que la comida sea agradable a Dios, pues lo que hace
agradable o desagradable a Dios no es lo que entra al estómago sino lo que sale
del corazón.
La Palabra de Dios es uno de los tesoros que nos ha
regalado Dios, que no sólo nos da vida nueva sino además nos dice cómo tenemos
que colaborar con ella. Hay que tomar conciencia de la necesidad de conocerla,
practicarla, e interpretarla correctamente, evitando interpretaciones egoístas
que la deformen. Es un peligro que siempre ronda a los cristianos el hacer
lecturas selectivas de aquello que nos gusta, desechando o malinterpretando lo
que nos molesta. Hay que leer con un corazón sincero, pronto a escuchar todo lo
que nos diga el Señor, y dentro del sentir de la Iglesia, a quien Dios ha confiado
su Palabra y su auténtica interpretación.
En cada celebración de la Eucaristía se proclama la
palabra de Dios recordándonos las disposiciones con que tenemos que recibir a
Jesús y, unidos a él, ofrecernos al Padre.
Dr. Antonio Rodríguez Carmona
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