Dice
san Lucas en su evangelio (Lc 5, 1-11) que la
gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios hasta tal
punto que tuvo que subirse a una barca y apartarse un poco de tierra.
Cuando
terminó de enseñar a la gente le dijo a Simón. “Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca”. A lo que
Simón replicó: “Maestro, hemos estado
bregando toda la noche y no hemos recogido nada, pero por tu palabra echaré las
redes”. Simón tenía toda una vida de experiencia en el mar y conocía todos
los secretos de la pesca, en cambio Jesús era de tierra a dentro, diríamos en
un lenguaje actual. Lo que pasa es que los conocimientos de Simón, y así
hablaba, eran conocimientos humanos y el Maestro hablaba de otra cosa. Sin
embargo la fe de aquel no le hizo dudar ni un momento y obedeció. Su sabiduría humana
y la brega de toda una noche las apartó, olvidó sin dudarlo, confió y se
adentró en la otra dimensión superior a la humana, vio claro que los
conocimientos del hombre y los de Dios son muy distintos. Tuvo la clarividencia
que da la verdadera fe y la confianza del creyente convencido; porque una cosa
es decir que se tiene fe y otra muy distinta llevarla a la práctica, ¡cuántas
cosas pedimos en nuestras oraciones y no confiamos que las vayamos a alcanzar!
Simón, el experto en pesca, se fió de la palabra de aquel hombre que hacía muy poco que
conocía y que, en teoría era lego en la materia, pero su fe y confianza tuvo
premio.
Por
otra parte nos es necesario, con mucha frecuencia, alejarnos de la tierra firme
y adentrarnos en el mar, abandonar lo que nos tiene sujetos a lo material y
avanzar hacia la infinidad de Dios, en pocas palabras: cambiar lo material por
lo espiritual. Es más fácil agarrarse al terruño que adentrarse en la incertidumbre
espiritual, pero infinitamente más provechoso lo contrario. Es bueno mirar las
cosas de aquí abajo desde la distancia, desde dentro del mar tenemos un
panorama más amplio, es ver las cosas con los ojos de Dios.
Pero
la fe, la confianza, el remar mar adentro, la brega y el echar las redes en
nombre de Jesús tienen premio. Primero en sentido material: una redada de peces tan grande que las redes
comenzaban a reventarse. Segundo, tras la humilde confesión de Simón “Señor, apártate de mí, que soy un pecador”,
llega el verdadero premio: “No temas,
desde ahora serás pescador de hombres”. Menuda subida en el escalafón: de
pescador de peces a pescador de hombres, de lo material a lo trascendental.
Pues
ya sabemos… Hacer todo en nombre de Jesús, el confiar en su palabra, el
arrodillarnos humildemente ante Él, el no tener miedo ni pereza de seguir
bregando tienen su fruto tanto material como espiritual. Jesús no es cicatero
con nuestra entrega y trabajo, sino todo lo contrario el ciento por uno, como
dijo en otra ocasión.
Señor,
humildemente como Simón, te reconozco que soy un pecador, que no soy digno de
tu confianza, pero no por ello me abandones a mi suerte, permíteme prestarte mi
pobre barca y mis humildes quehaceres para que logres culminar tu encomienda de
salvación; estoy dispuesto a bregar, pero sé que sólo lo podré conseguir si Tú,
como en el caso de Simón, no te alejas aún cuando mis obras no estén a la
altura y además estas no sean lo suficientemente generosas.
Pedro
José Martínez Caparrós
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