El Espíritu Santo es el “Gran Desconocido” de la
Santísima Trinidad. Es el menos visible en la historia de la salvación. Pero
Dios, en su inmensa Sabiduría, nos lo da a conocer de forma que pueda ser
asimilada por el hombre, que nunca podrá comprender en su plenitud, pero que Él
buscará los cauces y caminos para que se le llegue a conocer en la medida sólo
prevista por Él.
El Antiguo Testamento comienza invitándonos al
conocimiento del Espíritu como un soplo de su aliento. Y así, en el Libro del
Génesis, primero del Pentateuco, en el capítulo (Gen1,2) nos comenta que dentro
del caos existente en la Creación, el
Espíritu de Dios “ aleteaba” sobre las aguas.
El profeta Ezequiel compara al pueblo de Israel
como un campo de huesos (Ez 37), a los que por medio del “soplo” de Dios, le
van creciendo carne, piel, músculos, nervios, que posteriormente recibirán el
Espíritu. Y así, nos dice textualmente: “Así
dice el Señor Yahveh: ven Espíritu de los cuatro vientos y sopla sobre estos
muertos para que vivan” (Ez 37,10).
Si vamos a la enseñanza de los Salmos, podemos
anunciar: “Por la Palabra de Yahveh
fueron hechos los cielos, por el aliento de su Boca todos sus ejércitos” (Sal
36,6)
Y, por
último, en el bellísimo Salmo 104, nos dice:
“Si envías tu aliento, son creados y renueva la faz de la tierra” (Sal 104,30)
Progresando en la Escritura, el Espíritu de Dios se
nos presenta como interviniente en la historia de Israel para protección y
gobierno, incluso para su defensa. Lo vemos reflejado en el libro de los Jueces
cuando nos dice: “El Espíritu de Yahvéh
vino sobre él, fue juez de Israel y salió a la guerra”, (Jue 3, 10),
refiriéndose a Otniel, Juez de Israel.
Igualmente el Espíritu de Yahveh vino sobre el juez
Jefté en su lucha contra los amonitas, como nos lo recuerda el libro de los
Jueces en su capítulo 11, versículo 29: “…El
Espíritu de Yahvhe vino sobre Jefté, que recorrió Galaad, Manasés, y pasó por
Mispé de Galaad donde los Amonitas…”
En la consagración de Saúl como rey de Israel, nos
dice: “Te invadirá el Espíritu de Yahvéh,
entrarás en trance con ellos y quedarás cambiado en otro hombre” (1 Sam
10,6-10) y En la victoria de Saúl, rey de Israel, contra los amonitas, al
ver a su pueblo llorando, “le invadió el
Espíritu de Dios, irritándose sobre manera” (1 Sam 11,6)
A veces el Espíritu se presenta como un “don
permanente”, asegurando la fidelidad de una determinada misión. Y así
encontramos en el libro del Génesis, cuando José, hijo de Jacob, es nombrado
Primer Ministro por el faraón de Egipto, por la interpretación de los sueños: “¿Acaso se encontrará otro como éste que
tenga el Espíritu de Dios? (Gen 41,38)
Hay un texto bellísimo en la salida del pueblo de
Israel de Egipto, en lo que se refiere a las quejas contra Yahvhé; se han
cansado de comer el maná, y añoran la comida que tenían aun estando
esclavos; las quejas encienden “la ira “de
Yahvhé y ardió contra ellos su fuego devorando una parte del campamento. Por
eso se llamó a esa zona Taberá, porque había ardido el fuego de Yahvhé contra
su pueblo. Y entonces interviene Moisés quejándose de la pesada carga que le ha
encomendado, y diciéndole que se acuerde de su pueblo, el que Él ha dado a luz.
Y Yahvhé, Dios Misericordioso, suscita setenta ancianos entre los escribas para
ayudarlo. Y le dice: “...Yo bajaré -a la
Tienda del Encuentro-, a hablar contigo; tomaré parte del Espíritu que hay en
ti y lo pondré en ellos para que lleven contigo la carga del pueblo…” (Num, 11,
14-25)
Más tarde, en el episodio de la inminente muerte de
Moisés a la puerta de la tierra Prometida, Yahvhé suscita un nuevo Jefe para su
Pueblo: Josué. Y lo elige con estas palabras: “…Toma a Josué, hijo de Num, hombre en quien está el Espíritu…” (Num
27,17-18)
Y siguiendo el camino del Antiguo Testamento, ya
que el hombre es incapaz de volverse- convertirse- a Dios, Él suscita profetas
que anuncien su Palabra. Los Profetas no personas que adivinan el futuro; esos
son los mal llamados “adivinos”. Los Profetas anuncian la Verdad y la
Omnipresencia de Dios, a los que se les ha enviado su Espíritu.
Y es Ezequiel el Profeta de los llamados “mayores”,
junto a Isaías, Jeremías y Daniel, quien de forma esplendorosa traerá a los
hombres de su tiempo y futuros, la idea del Espíritu de Yahvhé.
Comienza con la visión de la “gloria de Dios” que
le dice: “…Levántate, “hijo de hombre”
porque voy a hablarte. Cuando el Espíritu me habló entro en mí y me hizo
permanecer en pie, y yo escuché al que
me hablaba…” (Ez 3, 1-2)
Esta expresión de “hijo de hombre”, es una
expresión mesiánica, recogida en la Escritura por primera vez en el libro de
Daniel, capítulo 7; y nos está profetizando ya al Mesías. Y dice que cuando el
Espíritu entró en él, permaneció “en pie”; es la postura del Resucitado, Jesús.
Continuando con Ezequiel, leemos más adelante la
renovación de la promesa hecha por Dios, arrancando de los hombres el corazón
de piedra para darles un corazón de carne. Y anuncia: “…Infundiré mi Espíritu en vosotros y haré que cumpláis mis preceptos
(podemos traducir por Palabra), y que
sigáis mis leyes…” (Ez 36, 24-28)
Siguiendo con los Profetas Mayores, Isaías nos
anuncia proféticamente que el Mesías saldrá de la estirpe de David, a través de
su padre Jesé: “…Saldrá un vástago del
tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre Él el
Espíritu del Señor, espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y
fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor…” (Is 11, 1-2)
El profeta Isaías comenta también: “…He aquí a mi Siervo a quien yo sostengo,
mi Elegido en quien se complace mi
alma. He puesto mi Espíritu sobre Él: dictará ley a las naciones…” (Is 42, 1).
Es lo que se conoce como “El Canto primero del Siervo de Yahvhé”. Jesucristo es el auténtico
y único “Siervo de Yahvhé” en quien Dios se complace. Así nos lo hace saber en el Bautismo de Jesús: “…Este es mi Hijo amado, en quien me complazco…” (Mt 3,17)
Más adelante, nuevamente Isaías anuncia con
solemnidad: “…El Espíritu del Señor está
sobre mí porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena
Nueva (el Evangelio), a proclamar la
liberación a los cautivos y la vista a los ciegos y proclamar un año de gracia
del Señor…” (Is 61, 1-2)
Este texto
es totalmente relevante, porque así comienza la predicación del Señor Jesús como
nos recuerda el Evangelio de Lucas en su capítulo 4. (Lc 4, 14-22 a)
En definitiva, vemos que todo el antiguo
Testamento, nos inicia en el comienzo de la Trinidad en la Persona del Espíritu
Santo de Dios.
Alabado sea Jesucristo,
Tomás Cremades Moreno
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