La semana pasada, 25 años después de que san Juan Pablo II dedicara
la catedral de Santa María la Real de la Almudena, arrancó un Año Jubilar
Mariano en nuestra diócesis. Tanto a los que vivís en Madrid como a los
que llegáis de otros lugares, os invito a peregrinar a nuestra catedral;
acercaos al altar de la Virgen y posad vuestra mirada sobre Ella. En silencio
y recogimiento, pedidle que os enseñe a ser auténticos discípulos
misioneros, como recoge el lema que hemos escogido para este año de
gracia que se prolongará hasta junio de 2019.
La Virgen eligió la propuesta que Dios le hizo, todos podemos aprender
mucho de Ella. Plena y totalmente abierta a al Señor, dijo sí para que tomase rostro humano y viviese
como uno de tantos entre nosotros, en medio de esta historia. En Ella vemos
que un discípulo misionero o se abre totalmente a Dios o no lo es. María
no se comportó como controladora, sino como facilitadora de la presencia
de Dios en medio de todos los hombres sin excepción. María no pidió ninguna
recompensa, no quiso ser aduana, quiso darle todo a Dios, porque solamente
así se le puede anunciar a los hombres.
En ese camino, en el que tuvo que atravesar regiones montañosas, María
nunca mostró miedo ni se dejó llevar por la desesperanza, nunca quiso
tirar la toalla. Desde el instante en que recibió la noticia, vivió
en la alegría y la dicha de ser llamada a cambiar la historia y las relaciones
entre los hombres, no por sus fuerzas, sino llevando la presencia real
de Dios. ¡Qué bien lo expresa el texto de la Visitación! Asistiendo a
su prima Isabel, le hizo experimentar que el Señor estaba con ellas,
le hizo reconocer el valor de su adhesión y decir: «Dichosa tú que has
creído que lo que ha dicho el Señor se cumplirá», al tiempo que hizo saltar
de gozo en su vientre a su hijo no nacido, Juan, que experimentó la cercanía
de Dios. Y esta Buena Noticia la llevó a todos sin excepciones, privilegiando
a quienes suelen ser los olvidados y despreciados. En Ella se hicieron
así verdad las palabras de san Juan Crisóstomo: «No compartir con los
pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida». Fue capaz
de compadecerse de los clamores de los hombres, se interesó por los demás, por cuidarlos.
Al igual que María, como nos recuerda el Papa Francisco en Evangelii gaudium, un discípulo no debe obsesionarse
por la «transmisión desarticulada de una multitud de doctrinas»,
sino que el anuncio debe concentrarse en lo esencial para que la propuesta
sea «más contundente y radiante». Recordemos las bodas de Caná y la intervención
de la Virgen a aquellas gentes en apuros: «Haced lo que Él os diga». Dejó
a un lado la ansiedad que todos tenían y miró a los ojos de los otros y escuchó,
Ella quería ofrecer a todos la vida de Cristo. Sintamos el gozo, la pasión
por ofrecerla, temamos más a encerrarnos en nosotros mismos y a dejar
de mirar a los otros; seamos discípulos misioneros como María, promotores
y generadores de sentido en nuestras ciudades, donde aparecen otros
lenguajes, símbolos, mensajes, paradigmas o modelos, que ofrecen
nuevas orientaciones de vida, a veces en contraste con el Evangelio de
Jesús. Se nos pide que no temamos a equivocarnos, que imaginemos nuevos
espacios de oración y de comunión que sean más significativos y atractivos,
que iluminen los nuevos modos de relación con Dios, con los otros, y con
el espacio que suscite valores fundamentales, nada de barnices. Hay
que alcanzar con la Palabra los núcleos más profundos del alma de este
mundo. María, nuestra Madre, nos ayudará.
Tenemos un Año Jubilar Mariano por delante, con la Santísima Virgen
como protagonista. Como Ella, pongamos la mirada en Jesucristo. Seamos
hombres y mujeres que no tienen miedo a la santidad, hombres y mujeres
que no tienen miedo a que Dios quite fuerza, vida o alegría, sino todo lo
contrario, pues llegaremos a ser fieles a nuestro ser. Depender de Él
nos libera y nos hace reconocer nuestra dignidad, más santos y más fecundos
para el mundo. Nunca tengamos miedo a dejarnos amar por Dios como lo
hizo nuestra Madre, nos hace más humanos al encontrase nuestra debilidad
con la gracia.
Con gran afecto, os bendice,
+Carlos Card. Osoro,
Arzobispo de Madrid
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